Juan (1,1-4): Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras
manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos
visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el
Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que
estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo
Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.
Muy acertado ver,
después de un nacimiento, que el niño Jesús es real, de carne y hueso, que
vivió, creció, se le pudo tocar, participó, tocó… Juan nos da testimonio de la
encarnación del Verbo divino, la Palabra de la Vida ahora visible en la figura
tangible de Jesús. Una declaración que recuerda, cómo no, a la que el apóstol
Pablo realizaría después en su carta a los Colosenses, versículo 1, 15, cuando
les dice a los habitantes de Colosas que Cristo es la imagen del Dios
invisible. Así, lo que no se ve, lo que se intuye, lo que se siente o
presiente, lo tocante al alma se ha hecho ser viviente. Dios pasa ya por la
humanidad, por la carne, y lo hace a través del Hijo, de ello dirá Juan para
que nuestra alegría sea completa.
Una alegría que no
tendría sentido sin esa encarnación. La Buena Noticia del evangelio nos dice
que el Salvador ha llegado, vimos no hace mucho que para proclamar el año de
gracia del Señor. Ahora, añade Juan, para que además tengamos unión con el
Padre, o Madre, a través del Hijo, mediador. Esto nos abre una nueva
perspectiva de plenitud y llenura, porque el hombre, antes ligado a las
limitaciones de su fragilidad, enfermedad, muerte, puede ahora vivir en
plenitud de felicidad sabiendo que, a pesar de su caducidad, su alma seguirá
viviendo en el eterno Amor del que ya disfruta este cuerpo humano.
Hoy nosotros seguimos
compartiendo esta verdad de relación, el ser humano se muestra completo cuando
su relación con lo trascendente lo llena, y parece que entones ahí radica el
sentido de su vida. Encontramos ese sentido no en las cosas materiales que el
mundo nos ofrece, sino que siempre lo hacemos en relación.
Las relaciones
humanas, de amistad o de familia, de pareja… satisfacen al hombre o a la mujer
por encima de las más mundanas, aunque no son suficientes. Algo más llama al
interior de la persona que busca trascender por encima de las relaciones
humanas y encuentra plenitud cuando halla al creador. Y como ocurrió según la
narración del evangelista, ahora esa unión de amistad, de pareja, de familia…
nos lleva, unidos a Jesús, a Dios. A plenitud.
Constituye un gran
misterio este traspaso relacional entre Creador y criatura, Padre – Hijo y la
intrínseca necesidad relacional del ser humano. Así lo quiso Dios, que el ser
humano no estuviera solo, que no viviera solo, que no creciera solo, aunque
luego la solitud pueda ser una opción libre del ser humano.
Hoy les invitaría a
tocar y dejarse tocar, a acariciar y dejarse acariciar. A sentirse el uno al
otro, sean amigos, familia, pareja, amantes o desconocidos. Conocemos también
por el tacto, y esto de tocar, de manipular, también nos acerca un poco a la
figura yahvista de la imagen de Dios, el alfarero. ¿Recuerdan la película
Ghost, más allá del Amor? ¿La tienen? Si no la recuerdan tienen dos opciones o
la buscan por internet, youtube… o tiran de imaginación. Dos amantes fundidos
en un torno de alfarero, creando, sintiendo, tocando, deslizando barro y carne…
puede ser muy sexual, de acuerdo, pero también muy creatural. Miren, Dios creó
al hombre y a la mujer por puro Amor, y esta escena es puro Amor. Véanla!
Yo quiero ser testigo
de su Amor, de su condición de alfarero, de su relación con Dios, con Jesús,
con la Vida, quiero participar con vosotros y quién sabe si algún día también
estemos en ese mismo torno, modelando…
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