Lucas 9, 10 – 17: Vueltos los apóstoles,
le contaron todo lo que habían hecho. Y tomándolos, se retiró aparte, a un
lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida. Y cuando la gente lo
supo, le siguió; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a
los que necesitaban ser curados. Pero el día comenzaba a
declinar; y acercándose los doce, le dijeron: Despide a la gente, para que
vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y encuentren alimentos;
porque aquí estamos en lugar desierto. Él les dijo: Dadles vosotros de comer. Y
dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que
vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta multitud. Y eran como cinco
mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: Hacedlos sentar en grupos, de
cincuenta en cincuenta. Así lo hicieron,
haciéndolos sentar a todos. Y tomando los cinco
panes y los dos pescados, levantando los ojos al cielo, los bendijo, y los
partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente. Y
comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que les sobró, doce cestas de
pedazos.
Desde que peregriné por Tierra
Santa, este pasado mes de julio, hasta este último viaje a República
Dominicana, del pasado agosto, he tenido el increíble honor de vivir un
tránsito vital en el que pude ver reflejado ambos viajes a través de las
lecturas del domingo 3 de agosto. Me pareció que Dios guarda el
momento oportuno para no dejar nada al azar y regalarnos un sutil mensaje que
llegó a mi corazón con la fuerza renovadora de su palabra: Efata! (Un susurro
en lengua semita que me dice: Ábrete!).
Estoy plenamente convencido que
aquella invitación en tierras de Jesús, debía ahora correr no sólo hacia mi
interior, sino que también debía tener su absoluto reflejo en Dominicana. Es de
Dios, sin duda!
La lectura nos sitúa en Isaías 55: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis
dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde… Escuchadme
atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído,
venid a mí: escuchadme, y viviréis”.
Isaías nos recuerda que la
bendición de Dios pasa por la obediencia. Y nos plantea una forma de acercarnos
a Dios desde el cumplimiento de la ley, de la Torah, de los preceptos, las
normas, el buen ejercicio social, la integridad, la igualdad… Escuchadme y
viviréis es el reclamo con el que el Antiguo Testamento nos enseña una forma de
atender a Dios, de cumplir su voluntad. Seguramente una forma en la que todos
hemos estado alguna vez, movidos por la creencia de que hacemos lo correcto, lo
que nos dice la moral, la Iglesia, incluso nuestra conciencia.
Instaurados bajo la tutela de un
Dios capaz de protegerme si hago lo correcto, que premia la justicia y castiga
la maldad, que da bendiciones a cambio de obediencia. Que, en definitiva, me
pide ese sometimiento que siempre creí que significaba Getsemaní. El huerto en
el que la voluntad de Dios me hace sufrir, y donde parece que no tengo otra
alternativa que cargar con la cruz. “Hágase tu voluntad”.
Pero este itinerario me reserva
una sorpresa, una sacudida enorme que me regresa a Tierra Santa, que me
devuelve a ese huerto, pero desde otra encarnación, desde otra perspectiva,
desde una óptica nueva, que me hace temblar, para la que no se si estoy
preparado. Pero wow! Me arde el corazón tanto, y me quema, sí. Quema!
Jesús me replica ahora: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros
de comer”.
Dales tú de comer!
De repente este itinerario me
traslada nuevamente de la obediencia hacia la libertad. Y cuando yo recurro a
Dios para someterme a su voluntad, a su poder, a sus milagros… Esta nueva
encarnación me propone un sentido diferente.
“Dadles vosotros de comer”. Y regreso a la bondad de este Jesús que
se entrega desde la más absoluta libertad, y recuerdo aquellas palabras: “Lo más difícil de conquistar es la libertad
humana, y no lo logró Jesús (ni con Judas, ni con Pedro...). Es tan grande este
misterio... Si mi Dios es amor, yo quiero vivir mi vida centrado desde el amor,
porque tú Señor eres amor”.
En este texto de Lucas, los
discípulos extrañados le preguntan al maestro cómo van a darles de comer? Si no
tenemos más que…
Entregarse a los demás con lo que
se tiene es un acto de libertad, de compromiso, de gratuidad, de bondad, de
humildad, de generosidad… Es un acto de amor. Y Dios quiere que seas libre para
poder hacer tu elección.
El evangelio nos cita que
comieron hasta 5000 hombres, sin contar mujeres y niños. Bien, estoy convencido
que con ustedes pueden comer 10000, y no sólo 10000 sino más, y más, y más.
Estoy plenamente seguros que en este viaje Dios nos ha llamado a la libertad, y
que desde esta liberación somos engendrados como verdaderos hijos de Dios,
aceptados por nuestro Padre, bendecidos en el amor.
Que ahora, que saben que son
capaces de obrar ese mismo milagro, nada sea un impedimento para amar. Que ahora
que han multiplicado, no se sientan nunca llamados a dividir. Que ahora que nos
han amado… No dejen nunca de hacerlo.
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