Marcos (1,1-8): Comienza el
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo
envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita
en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos."» Juan
bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para
que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén,
confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de
piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. Y
proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco
agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os
bautizará con Espíritu Santo.»
Con qué intención nos acercamos a Dios?
El pueblo de Israel fue un pueblo eminentemente religioso, sabedor de
tradiciones sacerdotales y rituales que podían acercarlos al perdón de Dios:
sacrificios, oraciones, purificaciones... Todo un seguido de posibilidades para
hallar la paz, descargar la conciencia, o saberse amados por Dios, que entonces
todavía no tenía esa connotación de Padre que propone la novedad de Cristo.
Juan el Bautista ofrecía una alternativa más, bautiza en el Jordán
para perdón de los pecados, y no pide sacrificio u ofrenda. Es una posibilidad gratuïta
que encierra todo un simbolismo en esto de sumergirse y salir del agua. En el
recuerdo está el Éxodo, la liberación de Egipto y en el desierto de Judea está
bautizando Juan, otro profeta.
De nuevo el agua y el desierto forman parte de la propuesta salvífica
de Dios para el pueblo judío. Pero esta vez, el evangelista nos adentra en un
matiz especial dentro de esta relación arrepentimiento – perdón. Conversión, “metanoia”
en griego, que les implica a tener una relación de confianza en el perdón que
reciben de Dios y que ratifica, una vez perdonados, que van a ser
definitivamente libres, aunque para esa radical definición tendrán que esperar
al Cristo.
La relación que
propone Juan se establece en el plano de la confesión y la confianza, en la
intimidad. Sólo abriendo mi corazón compartiré aquellas cosas que me preocupan,
que me molestan, que me dificultan, que he hecho mal... Y podré hacerlo porque
confío en aquella persona que recibe esta información y porque entre los dos
hay una relación transparente, agradable, deseable. Yo quiero compartir estas
cosas contigo, porque puedo encomendarme a tí sabiendo que desde tu fidelidad
vas a acoger lo que te cuento.
Pero confiar,
también es desengañarse.
Las gentes que
acudían al Jordán ya sabían lo que tenían que hacer para recibir el perdón de
Dios. En una sociedad tan vestida de formas religiosas, y en una historia
levítica y deuteronómica como la judía, está de más decir que el Bautista
presentaba una novedad por el hecho de ofrecer el perdón de Dios.
Pero la gran novedad
es desengañarse. Y desengañarse si a esa confianza no unimos nuestra vida, si
no creemos en un cambio radical de vida. El Bautista viene a decirnos, que lo
que tenéis que hacer lo conocéis muy bien:no robar, no cobrar más impuestos,
perdonar... Lo sabemos de memoria, y lo cumplimos generalmente.
Dios ha perdonado
al ser humano, y lo ha hecho encarnándose en Jesucristo. Juan el Bautista nos
indica que en este camino de salvación, lo importante no es ser perdonados,
sino que con el perdón de los pecados el ser humano es libre. Ahora ya no se
vive como en aquellos cuarenta años en el desierto, y la actividad del profeta
ha cambiado, y nos sugiere desatarnos de esa conciencia de pecado – perdón, de
esa ligazón que parece propia del caràcter de vida humana.
Hoy nos han
sumergido en el agua, nos han mojado. Y el agua ha servido para despertarnos,
para espavilarnos. Y nos hace ver que el perdón no es efectivo si no lo
acompañamos con nuestra actitud de Amor, y que si no amamos seguiremos
necesitando ritos y ritos que nos acerquen el perdón de Dios.
En el desierto un
oasis, un lugar con agua, con vida. Y en el horizonte fuego! Viene el que puede
más que él, que esta figura de Juan nos ayude a recapacitar si lo que hacemos
lo hacemos por cumplir, o porque surge del corazón.
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