Juan 1:42-51 Al día siguiente, Jesús decidió
salir hacia Galilea. Se encontró con
Felipe, y lo llamó: --Sígueme. Felipe era del pueblo de
Betsaida, lo mismo que Andrés y Pedro.
Felipe buscó a Natanael y le dijo: --Hemos
encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo
de José, aquel de quien escribió Moisés
en la ley, y de quien escribieron los
profetas. --¡De Nazaret! ¿Acaso de allí
puede salir algo bueno? --replicó
Natanael. --Ven a ver --le contestó
Felipe. Cuando Jesús vio que Natanael se
le acercaba, comentó: --Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad. --¿De dónde me conoces? --le preguntó Natanael. --Antes que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto. --Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! --declaró Natanael. --¿Lo crees porque te
dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera? ¡Vas a ver aun cosas más grandes que
éstas! Y añadió: Ciertamente les aseguro
que ustedes verán abrirse el cielo, y a
los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.
Hace unos días
pude asistir a un acto sencillo, con muy poca gente, amigos y aun sin
conocernos. Un hijo y una madre y cinco amigos. Una madre feliz de ver a su
hijo con 42 años bautizarse, confirmarse y hacer su primera comunión. Todo en
la más feliz intimidad, casi evocando a la forma del humilde pesebre.
Compartimos el pan, compartimos el vino, Gabriel fue acogido, y él luego nos
acogió a nosotros mismos. Un gesto feliz, rebosante de gratitud, cuando alguien
encuentra al Cristo, su último sentido, encuentra el Amor y este joven amigo,
joven miembro, recién llegado nos conduce directamente a este pasaje.
Ven a ver, esa
es la respuesta no sólo de Jesús sino de toda la comunidad cristiana que invita
a cualquier persona a participar de su vida, de su día a día, de cómo son, cómo
viven, miserias y alegrías, dones y fallos. Pero Ven a ver qué hay de especial
dentro de una comunidad de personas como tú, o como yo, que se Aman, que se dan
en generosidad, que se saben perdonar, que desean acoger. Estos primeros
discípulos, algunos del Bautista, empiezan a seguir a Jesús con la sola
invitación de ven a ver. Aquí no hay promesas, ni fuerzas extraordinarias,
todavía no hay milagros, tampoco señales celestiales. Es por tanto, una
invitación como podemos hacer cualquiera de nosotros.
¿Quieres saber
cómo soy, como vivo, qué hago…? Ven a ver. Y empecemos a convivir, a
encontrarnos, a charlas, a conocernos, a intimar. En definitiva, a caminar
juntos esta extraordinaria aventura de la vida.
Es curioso
porque Jesús eligió Nazaret, que no era un lugar marcado en las Escrituras, o
donde hubiera habido alguna profecía, o hubiera sucedido nada especial. Por no
tener, no tenía ni buena fama. Pero En Nazaret encontramos la intimidad de
Jesús, la intimidad del Jesús niño, la intimidad con la sinagoga y la intimidad
con aquellos a quien invitó a venir a ver. Cuando todos esperaban un gesto
desde Jerusalén, desde el Templo, desde el poder, este Jesús trastorna aquella
sociedad tan religiosa para iniciar su etapa en la vida dentro de un marco casi
olvidado, pequeño, un lugar corriente.
Qué bueno que
sepamos encontrar esos lugares corrientes, en el que viven personas corrientes
y donde nace la vida, el grupo. Igual que hicimos hoy en una Iglesia estas
siete personas, que vivimos en un espacio corriente un hecho extraordinario. Un
nuevo agente de la gran familia de Cristo que nace, que viene, que pide entrar.
Que sepamos
acoger la verdad de la vida en cualquier causa, lugar, casa, persona, camino y
como Jesús nos enseña, compartir ese don precioso del vivir no depende del
Templo, ni de la gran Jerusalén, porque es un acto de intimidad en el cual tú
decides dónde y cuándo.
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