MATEO
19, 23 – 29: —Les aseguro —comentó Jesús
a sus discípulos—que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos.
De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que
a un rico entrar en el reino de Dios. Al oír esto, los discípulos quedaron
desconcertados y decían: —En ese caso, ¿quién podrá salvarse? —Para los hombres
es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es
posible. —¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! —le reclamó
Pedro—. ¿Y qué ganamos con eso? —Les aseguro —respondió Jesús—que en la
renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono
glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para
gobernar a las doce tribus de Israel. Y todo el que por mi causa haya dejado
casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos, recibirá cien veces
más y heredará la vida eterna.
Cuando alguien hace una opción de vida, cuando deciden seguir un
determinado camino, así como cuando empiezan o ya llevan tiempo viviendo en
pareja y compartiendo su vida se encuentra muchas veces condenado a esta
exclamación: lo he dejado todo por seguirte!, en un intento de justificarnos
delante de una situación difícil, que nos pone en un compromiso, una discusión,
una crisis sentimental… Es como ponerse entre la espada y la pared: con todo lo
que yo he hecho, lo que yo he sido, lo que te he dado… estamos ante el reclamo
más antiguo del ser humano. No es una excusa, sino es reivindicarnos delante de
la fatalidad, de la sorpresa, del problema. Y sea como fuere, lo llevamos
arraigado en lo profundo del corazón y nos sale (casi automáticamente) cada vez
que nos ocurre algo.
Les diría: no lo hagan, pero sé que no es fácil. Todos esperamos algo, nos
aferramos al quid pro quo, tenemos una expectativa y cuando no se cumple,
entonces sacamos la artillería. Seguro que tiene que ver algo con la pérdida de
entusiasmo, con la decepción, pero miren: si ustedes creen en lo que hacen,
sigan adelante, no se preocupen por las circunstancias, por el premio, por el
amigo o la amiga que no nos hace caso, por el hermano que no nos regresa el
afecto que le hemos profesado, por la hermana que no devuelve el dinero
prestado, por el grupo que no colabora igual que los demás… Dejen de aferrarse
a ustedes mismos y aférrense a la luz del espíritu que los ilumina más allá de
éste reclamo.
Las personas, muchas veces, se ponen a caminar, se conocen y comparten la
vida (y muchas cosas), y en algún momento determinado se sienten decepcionados,
y entonces nace esa reivindicación. ¿Por qué motivo caminaban?¿Qué les ha
llevado a unirse a esa persona?¿Seguían un ideal, un llamado, o a una persona
que les gustaba?¿No será que sus sentimientos se han impuesto a la
cordura?¿Dónde estaban sus principios, sus motivaciones?¿Cuáles eran sus
intereses?
Antes de ponerme en marcha valoro el por qué decido caminar, qué me mueve,
qué busco… y tengo presente que si bien puedo compartir la vida con alguien,
tengo que tener presente que ese alguien no está aquí para satisfacerme, sino
que para él vive. ¿Por qué ha de decepcionarme su comportamiento? Si sólo sigo
a la persona entonces estoy equivocado, es algo inconsistente, etéreo, es como
un vapor de aire, vanidad. Si sigo a la persona estoy siguiéndola hacia la
decepción, porque nadie, nadie, nadie, será como tú quieres que sea.
Entonces, sigue el amor, la vida, a Cristo, una espiritualidad, busca tu
plenitud y no te quedes a medias tintas esperando llenar tu corazón de ideales
vacíos, de propuestas huecas. Cuando descubrimos el vacío de nuestro caminar,
el sin sentido a veces que podamos darle a las cosas, cuando estemos perdidos,
sin dirección, deja estar tus justificaciones, lo que hiciste, lo que fuiste,
lo que diste, lo que ayudaste… cíñete y colócate la mochila y sigue tu felicidad,
tu motivo, busca esa plenitud que alimente tu ser, tu alma, tu espíritu.
No quisiera verlos parados, detenidos como ese hombre
creyendo que no hay descanso, recompensa, opción. Tengan fe, esperanza,
caminen, caminen, y sonrían.
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