Lucas 1, 26 - 38: En aquel tiempo,
el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la
virgen se llamaba María. El
ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era
aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo
será eso, pues no conozco a varón?» El
ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de
Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido
un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada
hay imposible.» María
contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la
dejó el ángel.
Ultimamente coincide siempre el pasaje de la anunciación, en este blog, con
algún tipo de denuncia respecto a la situación de los niños y niñas del mundo,
que muchas veces han de dejar atrás su inocencia para vivir la realidad de su
entorno social. Es el caso, por ejemplo, de los niños y niñas de Siria, o de la
zona Turco – siriana, o de aquellos que vienen en pateras cruzando unas aguas
que muchas veces terminan por engullirlos. También es el caso de los que son
violados, abusados, en otras zonas como Dominicana, África… Igualmente los que
son explotados y, también, aquellos que por descubrir un tipo de sexualidad son
apartados, vejados… vulnerando su derecho a la felicidad, en una de las etapas
más determinantes de la vida.
Por tanto, a los adultos nos corresponde no sólo una mayor concienciación
respecto de la vida de los más pequeños sino, además, responder con responsabilidad
como María, declarándonos “esclavos del Señor”. Claro, esclavos del Dios de la
vida, del Dios que se goza en la felicidad del ser humano, del Dios que no
discrimina y del Dios que, por supuesto, en ellos y ellas vierte su gracia. Si
hoy vivimos como sus caciques, como sus secuestradores, como sus “amos”, mañana
debemos empezar a vivir como sus esclavos.
Esta semana pasada nos han azotado imágenes tremendas de chiquillos
rescatados entre escombros, un nuevo puñal para esta sociedad que, activa o
pasivamente, permite que se repitan estas situaciones. Quizás nos parezca
suficiente con que se nos estremezca el corazón pero debemos buscar las formas
para evitar que, de un modo tan sistemático, sigan produciéndose.
No obstante, también es de agradecer el trabajo de muchísimas personas en
pro de los más pequeños. Las iniciativas de voluntarios y voluntarias que hacen
todo lo que pueden para que estos chicos y chicas vivan mejor, sean mejor
atendidos o, más cerca, puedan vivir este tiempo de verano con una sonrisa en
la cara. Viva, bien por estos y estas esclavos y esclavas que ya han
determinado ir contra el abuso, el crimen y la discriminación.
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