MATEO
22, 34 – 40: Los fariseos se reunieron al
oír que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de ellos, experto en la
ley, le tendió una trampa con esta pregunta: —Maestro, ¿cuál es el mandamiento
más importante de la ley? —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo
tu ser y con toda tu mente” —le
respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos.
El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos
mandamientos dependen toda la ley y los profetas.
El pasaje de hoy responde a una pregunta que para los fariseos tenía mucho
sentido. Ellos, que buscaban el acceso a Dios, lo hacían por medio de normas y
reglas, cada vez mayores en número tal que no podían llevarlas a cumplimiento.
Es por ello que pretendían una ley más sublime que con sólo cumplirla pudieran
satisfacer lo que no alcanzaron con sus 613 preceptos. Es como si este pasaje
hoy nos dijera que seguir a Cristo no se liga al cumplimiento de leyes, de
reglas, de normas… sino al amor, aunque nosotros somos más proclives a
comportarnos como los fariseos que necesitan de la Ley, haciendo más complicado
el acceso a Dios. Quizás esconda algún tipo de miedo esto de dar vueltas y
vueltas y levantar trampas para no dejar libertad a la presencia divina, o
puede que estas leyes hayan mitificado y sirvan para mitificar a Dios. Sea como
sea, el amor no es siempre el camino escogido por el ser humano que prefiere
anteponer sus intereses al bien global.
Si tomáramos en cuenta, sólo, las cuestiones del armamento y la droga no
podríamos sino sentir lástima, indignación o rabia cuando viendo el dolor, o la
violencia que generan sabemos que detrás de ellas están no sólo grupos
criminales sino, también, gobiernos, países o entidades que se sumergen en el barrizal
que es su entramado al público y social. El dinero de la droga se confunde
entre el dinero social, el ruido de las balas se ensordece entre campañas
humanitarias, y es que el poder ha aprendido a decirnos aquello de que nuestro
mundo ya no se rige por la ley del amor sino por la de la economía.
Esto me lleva a pensar en el amor inhumano, que existe, es el amor que vive
en mitad del conflicto y que es presa de cualquier tipo de atrocidad. Es el
amor que profesan los violentos, que también aman; el amor que se manifiesta
como un corazón en el seno del mercado negro;
la cordialidad entre naciones; la caricia de la corrupción, del crimen…
Si existe un amor meta físico, o un amor trascendente, o un amor carnal, también
existe este amor de perros.
Las palabras de Cristo quieren hoy conmover al mundo para que recapacite y
vea de qué forma está amando. Hoy es necesario quitarse la máscara, el disfraz
y que por amor a la humanidad se remuevan los poderes fácticos. Este amor a los
demás debe vencer el individualismo, el narcisismo de las economías y de los
gobiernos, de la banca y de la hacienda, para que no se grave más la dignidad,
la libertad, la felicidad del hombre, o la mujer. Hoy deben ponerse los límites
para que dentro de un tiempo emerja el buen fruto, otro amor más pleno, más
solidario, más entregado. Hoy todo padre, toda madre, debe mostrarle el legado
a sus hijos: el amor al prójimo, que pasa por el amor a la naturaleza, a la
Tierra, a las culturas, a las diferencias…
La vida en nuestro mundo no la rectificará la ciencia, ni la política, ni
la biología, ni la psicología… sólo la cambiará el amor.
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