Lucas 12, 32 - 48: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha
tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos
talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no
se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro
allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el
dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo
mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el
Hijo del hombre.»
¿Qué otro mensaje puede haber para quienes confiamos en Cristo que éste de:
no temáis? Aunque, claro, si nosotros podemos poner esta confianza tan grande
en el Cristo también es a causa de la sitaución, más o menos cómoda, que
vivimos en una parte del mundo. A nosotros, pues, nos corresponde coger el
punto de responsabilidad que el hecho de no temer lleva incluido. Bien,
nosotros no tememos, ahora hay que procurar que el otro rebaño, más grande,
tampoco tema. Y para ello hay que revestirse de humildad y de solidaridad, de
entrega y de trabajo para poder cubrir y erradicar la política del miedo y del
terror que imperan en muchos, en muchos, lugares del mundo.
Vemos, así, las situaciones de Siria, de África, de Dominicana, de México…
más lejanas. Aunque también vemos las de Niza, Bélgica o Alemania… más
cercanas. Allí, aquí, tenemos la responsabilidad de procurar que el mensaje de
no temor cobre una verdadera significación. Allí, aquí, es donde cada día la fe
sufre un remolino de situaciones que pueden hacerla quebrar en cualquier
momento. Aquí, allí, hay una necesidad de luz porque entre sus fronteras sólo
se abre una niebla de oscuridad, de incertidumbre y de temor.
Velar, pues, cobra un sentido de imperiosa actualidad. Velar, hoy, tiene
que ver con poner todo el empeño en salvaguardar los rebaños, las personas, su
integridad, su vida, su libertad. Velar, así, tiene un sentido de
responsabilidad política mundial. Velar tiene que ver con mejorar los planes de
actuación, las políticas de ayudas, la contaminación, el miedo al terrorismo,
la explotación… Velar es cuidarnos.
Velar, también, es llevar nuestras lámparas a los lugares que necesitan
luz, claridad. Porque una luz, aún la más tenue, consigue transmitir este deseo
nuestro de acompañar a quienes más lo necesitan. Y está claro que en este
tiempo la necesidad nos abruma porque no sabemos qué hacer. ¿Y eso es una
excusa? Por supuesto que no, debe alentarnos a trabajar más por encontrar
soluciones, motivaciones, vías…
Hoy el evangelio nos llama a cuidar, como rebaño pequeño, de aquel otro
rebaño más grande. Hoy, a quienes no temen hay una llamada de transmisión de su
no temor. Hoy, por tanto, hay una llamada a la acogida, porque acompañarnos no
sólo es humano sino también parte del evangelio.
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