MATEO
18, 1 – 5: En ese momento los discípulos se acercaron a
Jesús y le preguntaron: —¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?
Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo: —Les aseguro que
a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de
los cielos. Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en
el reino de los cielos. »Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, me
recibe a mí.
El texto de hoy podríamos decir que arranca desde el momento de la
transfiguración, que para Pedro y Jacobo fue aquel momento esplendoroso de
vestiduras blancas y en el que Jesús se mostraba poderoso. Desde ese instante,
el evangelista nos muestra a un Jesús que hace una especie de descenso en caída
libre hasta llegar, nuevamente, al plano de siervo. Aquella visión de Cristo
con Elías y Moisés lleva a los discípulos a preguntarse ¿Quién es mayor en el
Reino de los cielos? Recordando esta escena, podremos entender el pasaje
conforme a los hechos de la última cena, cuando Jesús lava los pies a sus
discípulos.
¿Alguien anhela cambiar los signos del jueves santo? Lavar los pies tiene
el mismo significado que acercar a los niños, porque en la antigüedad era el
niño el que ejercía de servidor, de aprendiz… y no era considerado de valor. Lo
que menos vale, diría Jesús, lo pongo delante de vosotros. El pastor D.
Bonhoeffer nos deja una imagen más visceral, pero a la vez definitiva, de la
enseñanza con la que Jesús quiso sobresaltar a sus amigos desde el campo de
Flossenbürg. Allí, mientras los nazis asesinan a los niños, el teólogo alemán
atisba la presencia viva de Dios, presente en aquellos que no valen nada.
Pienso ahora en un catalán, Pere Casaldáliga, que rehusó varias veces trasladarse a Roma para la
famosa visita ad limina, prefiriendo dedicar el dinero de su viaje a los
necesitados de su iglesia. El trabajo y la dedicación de Casaldáliga con los
campesinos y los indios de Brasil, pese a las dificultades que tuvo con la
jerarquía episcopal, nos abre también los ojos al entendimiento de quiénes se
vuelven como niños.
Ellos nos acercan la experiencia del amor a Dios a través, o por medio, o
traspasando lo que nosotros muchas veces infravaloramos. No hay nada peor que
unos padres que hacen sentir a un hijo que no vale nada, que su vida no tiene
valía, o que sus sueños no sirven, o que no conseguirá, no podrá, no será…
Ayuden a los que son como niños a llevar adelante sus vidas, sus deseos,
sus intuiciones, su vida misma. Sean para ellos como un padre o una madre
amorosa capaz de hacer crecer de forma entrañable a esa criatura. Participen de
sus colores, entren en sus dibujos, cenen con ellos en sus castillos,
presérvenlos, guárdenlos, no tomen a nadie por valor.
El evangelio de hoy da una bofetada a esta sociedad en la que todo tiene un
precio. Cuando parece que el sol y la luna han quedado relegados ante la Bolsa,
que presenta y oculta el día; o cuando nos referimos a los seres humanos como
individuos de primera, de segunda, o de tercera; o cuando las grandes empresas
marcharon a trabajar donde se permite la explotación y allí donde se paga
menos; o cuando es precaria la educación… traigan a los niños delante, pongan a
los niños delante.
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