Juan 10, 1 - 10: En aquel tiempo,
dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las
ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que
entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las
ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las
saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las
ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso
esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió
Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido
antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy
la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará
pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he
venido para que tengan vida y la tengan abundante.»
El contexto del pasaje del pastor bueno nos sitúa en un clima muy
particular que termina por esclarecer, en el capítulo 21, cuál será su destino.
En principio todo es precioso, las imágenes del pastor, del redil, de la
puerta. Hay un clima que nos acerca a sentirnos rebaño, hay una invitación a
pasar por la puerta, que es Cristo. Y aunque el evangelista no sea tan
explícito como los sinópticos en cuestión de discipulado, nos queda en la
retina una imagen de la comunidad que, después, se volverá a alimentar de otra
figura como la vid.
Pero, y digo pero, tenemos que remarcar algo verdaderamente importante y
que el evangelista nos terminará de explicar al final del evangelio. La figura
del pastor va íntimamente ligada a la de Jesús. Por tanto, si los discípulos
tenían un trabajo como pescadores, tendrán que transitar hacia otra ocupación,
espiritual y vital, como pastores del redil de Cristo.
Claro, Jesús es el pastor bueno por una razón que lo diferencia de los
demás pastores, asalariados dirá, que es dar la vida por sus ovejas. Así,
prefigurado en Pedro, cualquiera que se ligue al ministerio de pastorear ligará
su vida al mismo destino de Jesús, de este pastor bueno. Es decir, que la
figura del pastor irá radicalmente sujeta a la muerte, a la entrega de la vida
por el redil, por las ovejas. Así como Cristo también sus discípulos quedarán
marcados por este carácter de muerte que conlleva el ministerio de pastorear.
Es un misterio muy profundo, es algo que debería marcar el carácter de
nuestros pastores, sacerdotes… porque, de un modo directo, ellos siguen
vinculados con el destino de muerte, o de entrega (si quieren llamarlo así). Por tanto, hay una
necesidad de radicalizar la actitud del clero en relación con el redil. Esto
es, mayor implicación, mayor amor, mayor dedicación, más gestos, mayor acogida…
para que todos podamos reconocer en nuestras Iglesias la misma imagen del
pastor bueno que, siglo tras siglo, renueva con cada vocación, con cada
ministerio, este pacto eterno de entregar la vida por nosotros, sus ovejas.
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