Juan 6, 52 -59: En aquel tiempo,
disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.» Esto lo
dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
El discurso del pan de vida “costó” caro a la comunidad de Juan. Si
siguiéramos leyendo el evangelio veríamos que tras tan largo discurso muchos de
sus discípulos lo abandonan, mientras sus opositores utilizan los argumentos
para rebatir su originalidad como Pueblo descendiente de Abraham y heredero de
las promesas de Dios. Pero a pesar de que parezca que hay un cierto fracaso en
la predicación de Jesús, el pequeño grupo de seguidores que persiste en
acompañarlo parece renovar aquella fe incipiente. ¿A quién iremos? Dirá Pedro.
El cristianismo, por lo menos en su prehistoria, trajo al mundo dos cosas
importantísimas: novedad y escándalo. Me entristece, sobremanera, que en la
actualidad (o desde entonces por irme más atrás en la historia), se hayan
perdido tales características. Parece que hemos hecho de estar adormilados una nueva
religión, un cierto fariseísmo que se ha instaurado en el seno de muchas
personas que, sea por nacer o crecer en un ambiente religioso normalizado, han
perdido el contacto con ese pan y esa sangre que cohabitan en nuestro interior
y que emanan a Cristo.
Es tan importante regresar al escándalo como lo es despertar para los
muchos dormilones que hacen de su fe un espejismo, una quimera, incluso una
vanalidad. Lo crucial de Cristo, en la Encarnación y en la Resurrección, hace
tambalear los cimientos de la historia, de la ciencia y de lo que es cierto o
perceptible. Es un escándalo! Y lo fue para la primera generación como lo será
para la postrera, sólo hay que recuperar su esencia de transgresión, de
provocación, de luminosidad. Quizás incluso para levantar el corazón de la
mujer y del hombre de nuestro tiempo.
Donde haya escándalo, por naturaleza, también está Cristo. Lo vemos en
Idomeni, en las desigualdades entre Norte y Sud, entre los desfavorecidos, los
abandonados, los desquiciados, los desahuciados, los embargados, los oprimidos…
Vivimos rodeados de escándalos que viven bajo la escandalosa realidad de
Cristo. Y entre todas estas situaciones estamos nosotros, la comunidad, y ¿Qué
haremos?¿A quién iremos?
O marchamos como estos discípulos del pan de vida o, como Pedro, nos
rendimos a Él, que tiene palabras de vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario