Juan 6, 60 - 69: En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oirlo,
dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando
Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y
si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien
da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y
vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde
el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir
con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis
marcharos?» Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
consagrado por Dios.»
¿Alguien quiere marchar? Bien, la puerta siempre va a estar abierta cuando
hablamos de temas de fe, porque en lo tocante al ser humano, en lo concerniente
a lo que creemos existe tanto la convicción como la duda. La convicción nos
sirve para seguir adelante, para aceptar aquellas realidades que no logramos
ver, pero la duda reporta todo lo contrario y si nos sirve es para dejar de
avanzar, por lo menos en aquella dirección.
El ser humano es libre, libre para reflexionar, creer, vacilar, dudar,
seguir o marchar. Es una situación en la que nos vamos a encontrar a lo largo
de la vida y desde diferentes posiciones. No crean, para nada, que todas
nuestras certezas van a permanecer inconmovibles, eternas. Al revés, lo más
característico de la persona viene desde muchas influencias, esferas,
realidades… y dependiendo de cómo las vivamos, las sintamos, las acojamos,
iremos en una u otra dirección. Por tanto, habrá veces que haremos como estos
discípulos que marchan y otras, en cambio, que robusteceremos nuestra fe, como
Pedro.
Juzgar a unos u otros es fácil. Pero todos estaremos en la cara A o en la
cara B independientemente del fervor de nuestra creencia. Sería terrible que
fuéramos como estos que dicen que tienen un fe ciega, porque la fe siempre debe
pasar por el filtro de la reflexión. Nos convertiríamos en integristas, en
fundamentalistas, que los hay (y muchos). Vale la pena valorar el precioso
momento que vivimos, también el suceso más oscuro y aprender de ellos porque de
ambas realidades surge nuestro camino.
Tengo la certeza de que Jesús siempre va a estar accesible, presente en
medio de las tribulaciones, de la complejidad de la vida misma. Él es la luz,
la luz que ilumina nuestra fe y nuestro entendimiento y que, por su especial
naturaleza, tanto tiene capacidad de atracción como de rechazo. Bien, Jesús
siempre va a tener capacidad de llevarnos hacia él, pero no lo hará cuando eso
colisione con nuestra libertad, por tanto hay que estar abiertos a ser unas
veces de los que marchan y otras, también, de los que se quedan.
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