Juan 15, 18 - 21: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí
antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya,
pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por
eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su
amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han
guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán
con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»
Cuando Juan se refiere al mundo como aquella realidad que se aparta de
Dios, bien por ignorancia o bien por rechazo, no podemos pretender pensar que
haga referencia a la totalidad del conjunto de seres humanos, territorios
geográficos… que pueblan la Tierra. El mundo es en Juan una realidad metafórica
que configura una opción respecto de Dios, pero uno una realidad como la
podemos entender hoy y que nos llevaría, obviamente, a separarnos de nuestros
hermanos y hermanas, de nuestros iguales.
Hoy podríamos decir algo totalmente diferente porque lo realmente
importante para cualquier cristiano no es alejarse del mundo, sino implicarse
en él. Ser parte activa de una realidad vital que nos interpela a todos desde
sus muchas realidades, desde sus muchas circunstancias, desde la pobreza a la
problemática de los inmigrantes, desde las desigualdades Norte-Sur a los casos
de escasez energética. Incluso es tan necesaria nuestra participación en el
mundo que vivimos que hasta en política es necesario que participemos.
¿Cómo sería este mundo si los cristianos vivieran con indiferencia su
repercusión? Claro, podríamos vivir como una especie de Esenios pero ello nos
llevaría a negar una parte indivisible de la vida que Dios nos entrega, que es
la posibilidad de relación, de interacción, o la capacidad de encuentro y
acogida, o de entrega… todo ello pilares del Reino anunciado por Jesús.
Por tanto, y con extremo cuidado, la solución a esta época de
controversias, polémicas y pérdida del sentido eclesial, no pasa por nuestra
indiferencia respecto de las realidades, como si aislándonos tuviéramos ocasión
para una mejor relación con Dios sino que pasa por la implicación, cada vez más
fuerte y presente, de nuestras comunidades en el mundo, en las ciudades, en los
barrios, en los centros y en las periferias, porque no sólo encontramos a
Cristo en nuestra relación personal sino que hallamos su gracia operando en el
mundo, en este mundo a veces complicado y hostil.
Es una lanza por la valentía, que seamos capaces de sacar hacia el exterior
la fuerza de nuestra interioridad espiritual y seamos testigo y testimonio en
un mundo que nos necesita a todos.
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