Juan 16, 16 - 20: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más
tarde me volveréis a ver.» Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué
significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me
volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?» Y se
preguntaban: «¿Qué significa ese "poco"? No entendemos lo que dice.»
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Estáis discutiendo de
eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde
me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis
vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en alegría.»
Ciertamente es enigmático el pensamiento de Jesús: no me veréis pero me
volveréis a ver. Está claro que la intención del evangelista es la de mostrar
la ignorancia de los discípulos, aunque sea por medio de una afirmación
complicada como esta. ¿Lo hubiéramos entendido nosotros? Obviamente no, por más
que la teología trate de explicar de un modo u otro el sentido de la
aseveración del Cristo. Y aunque para el evangelista los diálogos de Jesús
lleven implícita esa condición de no comprensión de los discípulos, para
nosotros siguen guardando esa categoría de misterio, como algo que todavía se
nos tiene que revelar.
A la luz de la resurrección, enclavado en el ambiente de su comunidad, el
autor del evangelio nos explica el sentido de la disertación profética. A esa
misma luz nosotros tenemos la seguridad de un hecho histórico e irrepetible que
se mantiene vivo en nuestros corazones, siglo tras siglo. De ese modo, aunque
sobrevengan las tristezas, podemos decir que vivimos en alegría, o que caminamos
en esperanza. Somos un pueblo privilegiado que mantiene encendida una llama de
Vida que, de algún modo, nos llama a participar del Misterio de Dios en Cristo.
Es indudable que, como la Magdalena, pasaremos por etapas de llanto. Que
como aquellos primeros discípulos podremos ser dispersados, atravesando
desiertos, encontrándonos con una sociedad sorda y muda… Pero también es
certero asegurar que si, finalmente, fijamos nuestros ojos en el Resucitado
seremos contagiados de la Verdad y de la Vida que nos aúpa a la comunión con
Dios y a la alegría interior, que evoca aquel río de agua viva y que nos
recuerda que, a pesar de todo, seguimos caminando en esperanza.
Pues, hagamos cuando convenga de tripas corazón porque si bien en la
historia está inscrita la tristeza, también sabemos que como algo inherente a
la Vida en Cristo nos sobreviene la alegría.
Alégrense!
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