Marcos 10, 1 - 12: En aquel tiempo,
Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente
por el camino, y según costumbre les enseñaba. Se acercaron unos
fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Le es licito a un hombre
divorciarse de su mujer?» Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de
repudio.» Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés
este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer.
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y
serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola
carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.» En casa, los
discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno
se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera.
Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Hoy me venían a la cabeza, leyendo el evangelio, las palabras que he leído
esta mañana en El Periódico del arzobispo de Valencia Cañizares. Quizás porque
ambos textos tienen algo relativo a la familia, o quizás porque sea un pretexto
mío para referirme a este “tipejo” que haría bien en guardarse sus opiniones
para la intimidad, allí donde no hará daño a todo un segmento de cristianos, o
creyentes, o personas, que viven su realidad desde los ámbitos que este
personaje menosprecia con absoluta claridad. Vergonzoso? Bueno, a estas alturas
seguro que no, porque estamos ya muy acostumbrados a que la Iglesia y ciertos
núcleos de creyentes vivan “su evangelio” desde una posición obtusa,
conservadora y, permítanme, muy alejada de actitudes que propuso y vivió en
mismo Jesús.
Que hay que salvaguardar a la familia, absolutamente de acuerdo. Pero la
familia de nuestro tiempo viven enmarcada en otros límites, bajo otro
paradigma, en otro orden de convivencia. No verlo es relativizar el mismo
significado de unión, de solidaridad, de amor… que vivimos en el siglo XXI. Es
un insulto y un atentado a la libertad del ser humano, a su condición, a su
posibilidad de elección. Si quieren cuidar un modelo de familia, estimado
arzobispo, comiencen cuidando la suya propia, dejen de barrer hacia dentro,
sean más honestos con las tendencias sexuales que se viven en la propia
Iglesia, castiguen con dureza a los que cometen robo, pederastia, abuso de poder…
Consideren que su ejemplo, y se lo digo con mucho respeto, está más en tela de
juicio que el modelo de familia.
Dejen de meter la mano en la realidad social, tratando de inflarnos la
cabeza con mensajes de conservación y trabajen por los creyentes y para los
creyentes, sean gays, sean divorciados, o sean pecadores, que ustedes también
lo son (y mucho).
Ah! Pasarse la vida pidiendo cuentas a los fieles es como echar por tierra
toda la predicación de Jesús, que se acercó a los pobres, a los enfermos, a
quienes robaban, a… sí! Recuerden que, aunque fuera hace tiempo, también se
acercó a ustedes.
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