Marcos 10, 28 - 31: En aquel tiempo,
Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te
hemos seguido.» Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos
o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mi y por el Evangelio,
recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y
madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»
Como seres humanos tocantes a la realidad tendemos a contabilizarlo todo.
En función de sus resultados algo es bueno o algo es malo. Ello lo llevamos
también, obviamente, al terreno espiritual y lo llegamos incluso a trascender a
la bondad, o no, de Dios al que queremos enjuiciar dependiendo de las
situaciones que vivimos en nuestro entorno, o a nivel mundial. Todo tiene un
valor, de lo mejor a lo peor, de lo bueno a lo malo, de lo que sirve hasta lo
que no sirve… tenemos una escala de notas en las que encuadramos la vida misma.
El evangelio nos dirá más de una vez que para ganar la vida hay que perderla
lo cual resulta, para nosotros, paradójico e increíble. En una sociedad en la
que mandan los resultados ¿quién quiere perder? Pues nadie, claro está. Pero
este llamado del evangelista se acerca a un deseo de que para llegar a ganar, a
sumar, debemos primero comenzar a perder todo aquello que no forma parte,
natural, de nosotros como seres humanos y como seres espirituales, con
capacidad de trascendencia.
Somos forma compuesta de un elemento propio y otro elemento añadido. A este
elemento añadido podemos llamarlo cultura, historia, posición social, dinero,
estudios… y, aunque no debiera, termina conformando no sólo nuestra identidad
sino también nuestro ser. ¿Qué ocurre con el elemento propio? Pues que muchas
veces queda abandonado, o escondido entre os escombros cada vez que tiramos
abajo nuestra casa vital para seguir construyendo. Porque en esta vida eso sí
que nos lo enseñan, a construir, construir y construir. Es decir, a perder la
paciencia por la contemplación.
El evangelista nos invita a vivir esta experiencia del desprendimiento. No
de las cosas materiales, de las recompensas efímeras, de los resultados
inmediatos, sino de la propia vida, de quiénes creemos ser, para embarcarnos en
un viaje hacia cotas inexploradas de la persona humana, hacia un origen
diferente que quiere sentar las bases de una vida de agradecimiento, de
contemplación, de alegría por las cosas que nos suceden y de amor, como forma
de no pedir ni esperar.
Perdamos, no dejémonos ganar, pero vivamos esta experiencia del dejar
marchar todas estas cosas que colisionan con nuestra vida empequeñeciéndola,
condicionándola, amarrándola a esta realidad que vivimos.
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