Marcos 10, 13 - 16: En aquel tiempo,
le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les
regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se
acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de
Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará
en él.» Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Cuántas veces ocurre, y ocurrirá, que cuando se acerca la gente a las
iglesias, a los sacerdotes, a los pastores… sigue para que se les recrimine, o
se les regañe. Si bien es cierto que hay una gran mitad de personas consagradas
que hacen de la acogida una bandera visible del testimonio de su vida, hay otra
segunda mitad de ministros que siguen creyendo que su vocación, que su “poder”
los sitúa en un renglón superior al del resto de creyentes. Claro, a pesar de
que el Vaticano II nos hable de condiciones de igualdad, sabemos que hay un
gran abismo, a veces, entre lo que se predica y lo que ocurre. Y mientras esto
siga siendo así, veo difícil que la situación generalizada de separación entre
Iglesia y humanidad pueda cambiar a mejor.
No obstante, espero y ansío el ser espectador de una humanidad que abrace,
que desee bendecir a los demás y que imponga las manos en la realidad, como
signo de caridad, de ágape. Todavía espero llegar a tiempo de maravillarme de
un cambio de curso en el que se imponga el sentido evangélico del Reino en
nuestra sociedad, viendo cómo cada vez más existe una sensibilidad hacia los
desfavorecidos, los pobres, los enfermos… Deseo con fervor no acabar mis días
de peregrinaje en esta Tierra sin esperanza, sin calor, sin amor.
Entonces, propongo que seamos nosotros mismo, Pueblo de Dios, los que
reprendamos a todos aquellos (aquellas) que puedan impedir a un ser humano su
llegada al abrazo con Dios, con Cristo. Propongo establecer barricadas, grupos
de base, avanzadillas… cualquier tipo de acción para la promoción del
acercamiento, para la consecución del abrazo, para la definición del encuentro.
Propongo comenzar un tejido desde los puntos cardinales para encontrarnos, todos,
en el Cristo-Centro. Propongo abandonar los resquicios de poder y acercar el
don, desbancar la política deshumanizadora y conseguir la solidaria, dejar a un
lado nuestras confesiones y hablar a una misma voz.
Que se acerquen, que vengan, que tengan la seguridad que se les dejará
pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario