JUAN
1, 9 – 14: La Palabra era la luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba,
y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los
suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de
sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo
carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria
que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Empieza, hoy, este carrusel de celebraciones que nos van a llevar de un
lugar a otro, de una mesa a otra y de un ambiente a otro. Tendremos ocasión de
comer, de charlar, de beber, de estrechar manos, de abrazarnos, de cantar…
incluso de discutir, porque ni entre las fiestas más entrañables nos escapamos
de lo que somos, de quienes somos. Es curioso este pasaje, programado para
mañana, pero que nos sitúa en el ámbito de nuestra llegada al mundo. No estamos
en Belén, ni en el pesebre… pero el evangelista nos lanza un órdago: que todo
viviente es iluminado por la Luz verdadera desde su nacimiento. Si ayer veíamos
como en la eternidad ya somos nombrados por Dios, hoy descubrimos (a las
puertas de la navidad) que también somos iluminados, guiados, por Cristo.
Ante esta luz que ilumina podemos optar por dos posiciones: una de vida,
otra de “muerte”, entendiendo no la muerte física sino estas otras situaciones
que son contrarias a la vida, que nos separan de ella. Si adoptamos una postura
de vida, elegimos situarnos en la alegría del existir, en el gozo de convivir,
en la esperanza del amor y nos abrimos al mundo y a todo lo creado, siendo más
sensibles, más solidarios, más justos, más compasivos… Si elegimos “morir”, al
contrario.
Hay una tercera opción, que se coloca dentro del ámbito de muerte y que es
elegir “matar”, cuando traspasamos nuestra posición ante la vida para,
directamente, perjudicar, señalar, y tratar de posicionar a otros en esa misma
posición mortal. Esto ocurre cuando por nuestra intransigencia rechazamos a la
persona, le negamos los sacramentos, les impedimos la celebración, o les
decimos que no pueden venir a la Iglesia (que es cuerpo de Cristo). Aunque también
lo hacemos cuando permitimos, en la vida social, la mala praxis de los bancos,
los desahucios, o cualquier situación de desigualdad laboral… Así, sea por
acción o por omisión, el mundo puede vivir en luz, o puede elegir hacerlo en
tinieblas.
Pero todos, y todas, nacemos en luz, iluminadas (/os), y nuestra reflexión
debería partir de ser conscientes, como cristianos, de no apagar ninguna de
estas luces que vienen, o que ya han venido, o que están por venir, pues en
ellos está la morada de Cristo. Que podamos hoy, víspera de Navidad,
recapacitar sobre nuestra posición en la vida, si a favor de ella o en contra.
Si estamos a favor de la vida, que podamos afianzar nuestra elección,
mejorarla, darle intensidad… Si elegimos vivir, también, que podamos llevar esa
luz a las tinieblas, a quienes no oyen, ni ven, quizás ni conocen el dolor que
están haciendo.
Feliz navidad a tod@s, feliz encuentro con este naciente que salva.
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