LUCAS 2, 42 – 48: Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a
la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría en la caravana,
hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero
al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo
de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por
su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su
madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando.»
Han pasado ya los primeros días de las celebraciones de Navidad, casi
estamos con el turrón aún en la mano, saciados de comer y de beber, todavía
recordando la tertulia de ayer, lo que me dijo el primo, la hermana… casi saboreo
el aroma a café de la casa y, hoy ya en silencio, voy a dejarme llevar por este
domingo que, para el estómago, viene a nivel de tregua.
El pasaje de hoy nos sitúa en el ámbito del Templo, lugar en dónde el
evangelista comienza y termina el relato. Pero hay un matiz importante, este
Templo que era el lugar sagrado para el judaísmo y en el que tenía lugar el
encuentro entre la oración del pueblo y la del sacerdote con Dios, ahora
aparece para nosotros revestido de otra manera de encuentro, porque es el niño,
el pequeño Jesús, el que habla con los maestros de la Ley, quienes atendían al
muchacho con sorpresa y fascinación.
Parece como si la didáctica de Dios hubiera cambiado para el ser humano,
ahora lo importante ya no es la forma sino el fondo, que no hay otros
intermediarios, otras formas, que pasar por Cristo, que por Jesús, que además
es la gloria de Dios. Y de ese modo ya no habrá tanta abstracción, simbolismo,
formulación… sino que la gran teofanía ha dejado de ser una nube, o una columna
de fuego para ser un ser humano, uno de nosotros. Alguien capacitado para
acercarnos al encuentro en nuestros términos, con nuestras maneras: sea con una
Palabra, sea con un abrazo, sea acercándonos la mano…
Desearía que a partir de hoy, y siguiendo este itinerario navideño,
reflexionemos hoy sobre la posibilidad con que Dios nos ha otorgado en esta
nueva Navidad, que en nosotros puede nacer también este infante que,
perdiéndose de su familia, se sienta en el Templo, o en las plazas, o en las
calles, o entre la gente, para preguntarles, aprender, compartir y hablarles de
Dios. Y que no falten personas sentadas así en Ukraina, en Siria, en Nigeria,
en Mexico, en los campitos de Dominicana, en las calles de Roquetas de Mar, o
entre la desigualdad que arrecia cada rincón de nuestras calles, ciudades,
países… Aunque son fiestas para pasar en familia, dejen estos próximos días que
las suyas marchen camino de Galilea. Ustedes, como desobedientes, quédense en
los diversos y nuevos Templos que Dios dispone para cada uno de nosotros.
Y quizás, les diría, si no quieren darle un disgusto a sus familias usen el
móvil y avisen que se quedan en Jerusalén, que el Señor sí tenía excusa, pero
nosotros no…
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