LUCAS
7, 20 – 23: Llegando donde él aquellos
hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que
ha de venir o debemos esperar a otro?» En aquel momento curó a muchos de sus
enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y
les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no
halle escándalo en mí!»
Venimos de un contexto en el que a Jesús lo acusan de bebedor y comilón, de
que anda junto a pecadores y prostitutas y, vamos, de una crítica total a su
modo de vivir, de relacionarse y de interactuar con la sociedad de su tiempo.
Entonces, este Jesús que se dejaba tocar por la realidad, que se sentaba en la
mesa con los publicanos… era motivo de escándalo para la gran mayoría. Hoy, sin
dudas, pasaría algo parecido y de hecho ya pasa cuando alguien sigue el ejemplo
del Cristo y vive con aquellos a quienes no sabemos mirar, o miramos mal. Es la
crítica, algo que nos acompaña desde tiempos inmemoriales y que ejecuta nuestra
más feroz sátira hacia el ser humano. Frivolidad, apariencia… acompañan a la
crítica y revisten a la sociedad de nuestro tiempo.
¿Dónde vive el escándalo para cada uno de nosotros?¿En qué situaciones nos
sentimos violentos y no aceptamos que exista la mano de Dios? ¿o que Dios no
pueda actuar en determinadas personas…?¿Acaso alguien conoce la actuación de
Dios?
El evangelista nos subraya las acciones, lo que se ve y se escucha, para
atestiguar la veracidad de la acción del Dios en Jesús, o en cualquier cristiano
(diríamos aquí, hoy). Pero para poder ver las obras mesiánicas lo primero que
debemos hacer es dejarnos sorprender y, luego, interpelar, para que nuestro
corazón pueda acoger aquello de lo que es testigo y dejarse alcanzar por algo
que va mucho más allá de la razón, que viene por la fe. Y si no hay en nosotros un espacio para la
sorpresa ocurrirá que siempre nos vamos a escandalizar, porque lo que estamos
haciendo es rechazar lo que ocurre, y de ese modo no lograremos ver la vida ni
como don, ni como algo maravilloso.
Claro, en ningún caso se nos dice que seamos testigos de fantasías, de
cuentos del corazón, de fábulas, sino que atestigüemos de lo que en verdad
sucede delante de nosotros cuando asistimos a manifestaciones de amor, de
solidaridad… o cuando vemos a alguien preocuparse por otro, o darle de comer, o
vestirlo, o acogerlo, o educarlo, o socorrerlo, o… Aquí están las grandes
señales de nuestro tiempo, con la misma fuerza que aquellas, con su mismo
impacto, y con una misma finalidad, que es el ser humano.
Podemos vivir, claro está, escandalizados de la violencia, de la
corrupción, de las formas de gobierno, de los sueldos… pero nunca más de
Cristo, nunca más de aquellos que se ofrecen a los márgenes, jamás de quienes
dedican su vida al evangelio, a las personas (sean quienes sean). Como si
fuéramos Juan, que todo escándalo de Cristo se nos vuelva como algo precioso.
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