LUCAS
3, 1 – 6: En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su
hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en
el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando
un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el
libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas; todo
barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará
recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.
Mucho podríamos decir, o se ha dicho ya sobre el pasaje de este que grita
en el desierto. Para nosotros, hoy, y viendo cómo estamos en este mundo del
siglo XXI hay una lectura interesante, porque no dudo (ni por un momento) que
en muchos casos estamos atravesando una situación de verdadero desierto.
Desierto en cuanto a alternativas, trabajo, terrorismo, energía, derechos
fundamentales… un desierto que se prolonga en el tiempo para muchas personas y
que, en estos últimos días, se ha incrementado a causa de los conflictos
armados y la problemática de las fronteras. Claro, desiertos también porque de
algunos de esos conflictos ya nos hemos olvidado por completo.
Pero para cada desierto hay una promesa que llega a nuestro corazón en
forma de alguien que grita, que avisa, que alienta, que transmite. Una voz en
medio de un desierto no pasa desapercibida, es como un bálsamo que llega a lo
más recóndito de nuestro ser cuando éste se ha apagado, o vive desanimado, o
pasa por un período de sequedad. También en la sociedad, porque en mitad de
este desierto de las mismas cosas, del conformismo, de las desigualdades, de
guerras… una voz que clama es valentía, sorpresa, anuncio, agitación, acción.
Algo irrumpe entre el silencio y la arena, una voz, un clamor, un deseo para
que la cosa cambie, para que llegue un momento de reflexión, para que alguna
cosa empiece a cambiar…
El Bautista simboliza en este desierto la voz de la disconformidad a lo que
el mundo le plantea, a la vez que la verdadera alternativa para que un cambio
sea posible (un cambio real en el corazón del ser humano). Y cada año, por
estas fechas, se nos hace un llamado, o se nos recuerda que en medio de
cualquier desierto tenemos la oportunidad de escuchar esa misma voz, la voz del
profeta que viene con una Palabra con capacidad de transformación. ¿Y no es lo que
el mundo necesita?¿No es lo que necesitamos todos? Cuando la vida no es una
continua transformación, cuando nuestra vida no es un cambio, cuando nos
estancamos o cuando pensamos que estamos bien, atravesamos un desierto, hemos
dejado de escuchar la voz.
Hoy tenemos una nueva oportunidad para volver en sí, para darnos cuenta de
que aquello que parecía un ruido distante, como algo inteligible, en realidad
es la voz de un profeta, que nos avisa, que nos busca, que nos quiere decir
algo y que, además, nos habla en nuestros desiertos. Hay una posibilidad para
el cambio, hay una necesidad para el cambio, hay un deber para ese cambio y hay
que hacerlo, hay que transformar el corazón, la vida, nuestras relaciones y las
del mundo… hay un llamado a la conversión.
Todo desierto puede convertirse en vida, aunque para ello debemos estar
atentos, porque aun cuando parece que no pudiera escucharse nada, atención! Que
un grita en el desierto.
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