MATEO
11, 11 – 15: «En verdad os digo que no ha
surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo,
el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de
Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los
violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta
Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El
que tenga oídos, que oiga.
No hace falta mirar mucho más allá para darnos cuenta de que todavía, hoy,
se sigue haciendo violencia contra el Reino de los cielos, si entendemos el
Reino como algo que ya está sucediendo en la Tierra y que mucho tiene que ver
con el ser humano y con su libertad, su dignidad, su bienestar… Si es tan fácil
vulnerar la vida, cuánto más lo será hacerlo contra este Reino, que no todos llegan
a ver (o a comprender). ¿No es fácil hacer violencia contra la música, contra
el amor, contra la poesía? Tan fácil como hacer violencia al Reino de Dios, que
sólo vemos a través de los ojos de la fe, o a través de los ojos del corazón. Y
no es sólo por cuestión de estética sino porque los poderes y sus influencias
miran con otros ojos, con una mirada más turbia, menos amable, distante y que
desprecia.
Nuestro cometido es el de luchar para que el Reino sea una realidad
instaurada en nuestro mundo, en nuestro tiempo, entre nosotros. Jesús nos dice
que el Reino ya ha venido tratándose de instaurar por mucho tiempo, ahí tenemos
el testimonio de los profetas, pero que siempre ha encontrado focos de rechazo,
situaciones que se han hecho finalmente con la esperanza y que lo han quebrantado.
Pero no sólo a los profetas, sino que el Reino que instaura Jesús también topa
con señales de incomprensión y, finalmente, con la aparente derrota de su
actividad evangélica. Y es que nadie dijo que acercar a la humanidad la
propuesta de Dios sea cosa fácil, porque aun promoviendo libertad o amor, el
mundo también genera violencia, y la violencia forma parte de nuestras vidas,
como una fuente más de la que también bebemos.
¿Podemos luchar violencia con violencia? No, desde luego. Con la violencia
sólo hemos conseguido apartar a la sociedad de Dios, pues muchos son los que
viven apartados de la Iglesia han sido también violentados. Cuántos colectivos
viven apartados de la eucaristía, de la comunión, de la comunidad porque sus
vidas no son conforme a lo que se nos dice, ¿no es eso violencia?¿Así queremos
acercar el Reino?¿Qué clase de Reino vivimos, o instauramos… el Reino de los
hombres, o el Reino de Dios?
Me sorprende ver cómo este Cristo que fundamenta la paz entre pueblos,
entre realidades celestes y terrestres, entre Dios y el ser humano, pueda ser
motivo de violencia (de unos y de otros). ¿No nos estamos equivocando?¿No es
tiempo de volver al Jesús de la paz?
Hay que empezar a construir puentes, quizás a tirar aquellos que ya
tratamos de utilizar porque no sirven, porque se caen a pedazos. Tendamos entonces
nuevas formas de conexión entre estos dos mundos que viven alejados por este
mar de conflictos que nos azotan, forjemos puentes de comunión, de comprensión,
de entendimiento, de colaboración, de aceptación, de acercamiento, de
celebración.
No quiero seguir celebrando la vida sin todos estos hermanos y hermanas a
los que se fuerza a vivir alejados, por el motivo que sea (o porque aborten, o
porque estén divorciados, o por su opción sexual…). No quiero pensar que tengo
puesta la fe en un Cristo dividido, o de un Cristo normativo, o de un Cristo
obsoleto, inhumano… No quiero que mi fe sea estéril. Quiero vivir agradeciendo
a cada persona su unicidad, su autenticidad, su vida, su particular y glorioso
reflejo de Dios, y no quiero perderme ninguno, quiero poder ver todos los
colores, y a Cristo en el fondo de ellos, feliz, alegre, sonriendo… porque
conseguimos instaurar la paz.
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