MATEO
21, 28 – 32: «Pero ¿qué os parece? Un
hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: “Hijo, vete hoy a
trabajar en la viña.” Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y
fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: “Voy, Señor”, y
no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le
dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras
llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por
camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las
rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después,
para creer en él.
El evangelio hace muchas llamadas al
arrepentimiento, la Biblia en sí es una gran llamada a la conversión del
corazón, y siempre hay una promesa de restitución, de salvación, de perdón…
cuando alguien, haya hecho lo que haya hecho, se arrepiente. Es por ello,
quizás, que Jesús ponía los ejemplos entre los que estaban peor considerados, o
mal vistos, o apartados, o necesitados (según el auditorio que tuviese en cada
momento). Por tanto, el pasaje tiene una doble lectura, sea en clave de
arrepentimiento, sea en clave de vida (y vida nueva).
Dios, o el Reino para Mateo, nos habla de la gratuidad
hacia con nosotros por cuanto se nos concede perdón de los pecados. Y hay que
entender, de una vez, que para quienes están en Cristo vive, por encima del
pecado, la gracia derramada. Y aunque sea una y otra vez, o aunque en caso
alguno sea error tras error, esta gracia sigue actuando, derramándose,
acariciando nuestro ser y disponiendo nuestro corazón al perdón. Claro, somos
pecadores… pero hay que dar un pasito y no quedarnos golpeándonos el pecho,
primero porque al final nos haremos daño y, segundo, porque en Cristo ya hemos
superado esa naturaleza viciada. Que existe, y que seguirá existiendo lo tengo
por supuesto, pero no pretendo quedarme en esta especie de autocompasión, yo
pecador, yo pecador, yo pecador…
No es que sea perfecto, porque no lo soy, y no es
que lo sea ninguno de nosotros (huyendo de narcisismos), pero sí es perfecto el
que nos salva y nos renueva con su gracia, y a causa de su santidad puedo ser
alcanzado nuevamente, abstraído de mis culpas, socorrido ante las dificultades
de la vida o ante mis propias limitaciones.
Jesús nos dijo aquello de que vino a curar a
enfermos, a llamar a pecadores al arrepentimiento, y esa voz profética prosigue
su obra generación tras generación, porque está en nuestra naturaleza ser
imperfectos, ser curiosos, ser entrometidos, quizás también un poco picantes.
¿Hay aquí algún sano que no necesite médico? Más bien al contrario, ¿verdad?
Entonces, hagamos un ejercicio de reflexión y observemos cómo está el mundo,
qué ocurre alrededor y preguntémonos por qué todavía hay personas que están
obligadas a vivir al margen de Cristo, cuando además son cristianos.
Me da por pensar que nuestras instituciones han
cerrado sus puertas y sus ventanas, creyendo que a pesar de oír el viento, que
es el Espíritu, lograran que no entre y cambie lo que está mal, lo que es
necesario convertir, lo que yace obsoleto y lo que es causa injusta. Tiempo de
conversión para todos, también para la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario