Mateo 13, 10 - 17: En aquel tiempo,
se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en
parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los
secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y
tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso
les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin
entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de
este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos,
ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo
los cure." ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque
oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros
y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»
Que a nosotros, diga el texto, se nos conceda conocer los secretos del
Reino no significa que vaya a venirnos, o haya venido ya, una interpretación,
un modo único de entender la realidad de Dios. Quizás deberíamos aclarar esta
afirmación diciendo que los secretos del Reino van a ir siendo revelados
constantemente y según el mundo avanza. O podríamos decir, más a nuestro
alcance, que estos secretos que se revelan van a tener un matíz nuevo en cada
generación pues así como el mundo avanza, la historia, la sociedad, el
pensamiento, la tecnología… catapultan nuevas formas de comprender esos
secretos, esos misterios. Huyan de cualquier gurú que les quiera decir que
conoce los entresijos del “cielo” porque les está engañando. Marchen de
cualquier lugar (parroquia, grupo, colectivo…) que igualmente les diga que el
evangelio es así, o que el Reino es asá, o que Dios dice por medio de ellos…
porque no es así.
Ahora bien, abran su corazón, sus ojos, sus oídos y tengan los sentidos
atentos a todo aquello que proviene de Dios y que se les manifiesta a diario.
El mundo rebosa de Dios, sea en amor, sea en belleza, sea en la naturaleza o
sea a través de los actos más cotidianos. Ustedes tienen, por encima de todo,
el derecho a descubrir el Reino y la voluntad de Dios, pero la voluntad de Dios
para ustedes. Ustedes tienen derecho a relacionarse con el Padre, con Cristo, a
vivir su fe y a ser quienes son. No dejen que les quiten ese derecho ni se
dejen acovardar por quienes les dirán que poseen la verdad.
¿Acaso lo conocemos todo?¿Acaso hay algún absoluto en Dios?¿Ha llegado el
ser humano a la plenitud de su desarrollo?¿No queda nada más que descubrir?
Los secretos de Dios son como una vida naciente, que aprendemos a descubrir
cada día. Estos secretos están llamados a sorprendernos, son misterios. Hay que
aprender a vivir a Dios desde esa sorpresa, desde la admiración. Por tanto,
estemos abiertos a que en nuestra vida, a diario, se origine una nueva
revelación, sea a través de un niño, sea desde el amor de la pareja, sea
jugando un partido de fútbol o sea en oración.
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