Mateo 9, 14 - 17: En aquel tiempo,
se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros
y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Es que pueden
guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará
un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo
de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un
roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los
odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en
odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»
Es muy humano esto de querer o pretender que unos hagan como acostumbran
otros, viendo lo que es novedoso, lo sorprendente, lo diferente, no sólo como
algo inusual sino como equivocado, invalidando así muchas de las iniciativas y
formas de vida como la que estos discípulos de Juan señalaban a Jesús. Esto nos
pasa en el seno del cristianismo muy amenudo, pues estamos terriblemente
divididos entre dos polos que no terminan de solidarizarse. Así, estan los
conservadores y están los liberales, los costumbristas y los innovadores, los
más litúrgicos y aquellos que lo son menos, los que practican y los que no…
podríamos seguir y seguir. Y siempre ocurre que los de un lado y los del otro
terminamos por buscar a Jesús para preguntarle por qué aquellos no hacen como
nosotros?
Cada uno puede llevarse el evangelio a su terreno, quizás no es lícito pero
así lo hacemos, es algo innegable. Para cada orden, para cada movimiento, para
cada parroquia la suya es la forma de hacer las cosas mientras que para los
demás, lógicamente, es la otra. ¿Es posible conciliar estas posturas?¿Es
posible salvar nuestra propia incomprensión? No creo, en cierto modo estamos
condenados a convivir sin terminar de entendernos aunque no por ello estamos
llamados a discutir. Somos diferentes, es evidente, pero también somos iguales,
todos somos hijos e hijas de un mismo Señor. ¿Hay que estropear un vino o
malograr un vestido? No, en todo caso hay un llamado a conservar ambas cosas.
Que me gustaría una Iglesia más abierta, más consecuente, más pobre, más
entregada, más crítica… a mí sí, pero no por ello tengo que pretender romper el
corazón de la otra parte que considera que la Iglesia debe ser conservadora,
recta… Quizás el problema sea que, sin duda, yo terminaría por discutir con la
otra parte, porque veo muy clara mi postura, mis pensamientos, lo que
interpreto del evangelio. Que duda cabe que me gustaría no hacerlo, pero en ese
sentido somos irreconciliables, aunque hermanos y hermanas. ¿Salvaremos las
rupturas?¿Conseguiremos un hilo de diálogo – acción?
La diversidad es buenísima, que seamos a la vez tan diferentes también, que
podamos ser de izquierdas o de derechas, o de centro, es un privilegio que nos
permite crecer, desarrollarnos como sociedad, como género, como personas.
Vivamos pues esta generosa participación de cada uno en la vida aunque sin
romper vestidos o echar a perder vinos.
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