Mateo 13, 16 - 17: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros
oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que
veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»
¿Qué debe ser esto que los profetas y justos desearon ver y oír? ¿Qué sería
esto hoy? Bien, de entre todas las cosas que podríamos decir, hablar,
reflexionar o cuestionar, querría afirmar que aquello que nos hace dichosos,
hoy, por ver y oír tiene que ver con nuestro prójimo, con nuestra hermana, con
nuestro hermano, con nuestra madre, con nuestro padre, con el amigo e incluso
con el enemigo… porque lo que vemos y oímos es vida y todo lo que conforma la
vida tiene su origen en Dios. ¿Hace falta ser más trascendental para entender
qué es el don de la vida?
Si afináramos nuestra vista, ni nos pusiéramos las lentes de Dios,
podríamos ver a la humanidad como un gran regalo, el compartir nuestra vida,
nuestro suelo y nuestro tiempo como parte de algo único, irrepetible, original
y precioso. Qué bien poder estar aquí y hoy contigo y contigo para compartir
esta experiencia que se nos ha dado y que es la vida.
Si afináramos el oído podríamos, también, darnos cuenta de dos cosas: la
primera es el gemido de todas las personas que sufren, que están enfermas, que
viven desamparadas, que tienen problemas y escuchándo este dolor nos daríamos
cuenta de que somos dichosos porque podemos, con nuestra vida, ofrecer ayuda a
quienes lo necesitan.
Podríamos también, segunda cosa, escuchar el pálpito del corazón de las
personas que conviven con nosotros, aquí o allí, más cerca o más lejos, porque
el palpitar del corazón nos hace a todos iguales. Todos reimos y todos
lloramos, todos sentimos, todos amamos, todos tenemos defectos… Si yo afinara
mi oído más de vez en cuando me daría cuenta de que comparto una misma
naturaleza y una misma voluntad de ser feliz, de ser amado… ¿Entonces, por qué
hacer daño a los demás?
Entonces, para buscar la dicha hay que tener un gusto primordial por la
felicidad, por ser y por hacer feliz. Está claro que en este mund hay ocasiones
para todo y que lamentablemente, a veces, parece que haya más ocasión para el
mal que para el bien. No se dejen confundir, ni se dejen amedrentar porque si
afinan sus sentidos, si escuchan el corazón, si dejan de endurecerse y si vamos
a lo esencial… ¿no hay más bien que mal?¿No hay más deseo de amar que de
rechazar?
Siéntanse felices, felices como este Jesús que se encontró con una
situación vital de necesidad a la que respondió con su vida, con un amor hasta
el extremo.
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