LUCAS
12, 15 – 21: Absténganse de toda
avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes.
Entonces les contó esta parábola: —El terreno de un hombre rico le produjo una
buena cosecha. Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde almacenar
mi cosecha.” Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y
construiré otros más grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes.
Y diré: Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.
Descansa, come, bebe y goza de la vida.” Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma
noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?”
»Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico
delante de Dios.
El evangelista nos enseña hoy sobre la importancia que tiene compartir las
cosas, mas si entre estas cosas están: la vida o la fe, porque ni la vida, ni
la fe, tienen un carácter de egoísmo sino que, partiendo del Padre, son
entregadas para la humanidad y en beneficio de la humanidad. El aspecto
relacional que identifica a toda persona puede ilustrarnos más perfectamente en
cómo para que algo pueda llegar a ser “pleno”, o completado, debe no sólo
forjarse en nuestro interior sino que, además, luego debe proyectarse hacia afuera.
Así, cualquier signo de transformación, de crecimiento, de bondad… sólo se hace
visible a través de las obras, que son los signos externos de la obra de Dios
en nosotros.
¿Qué ocurriría si hoy reclamaran nuestra alma? La intención del evangelista
va ahora mucho más allá de prevenirnos sobre la avaricia o el egoísmo, pues nos
llama a atender hacia los fundamentos de nuestra vida. ¿Vivimos según al
evangelio?¿Procuramos nuestro amor al prójimo?¿Somos como los que sirven? O
quizás por el contrario hemos dejado de atender a las premisas del evangelio
que, poco a poco, cayó en el olvido. La historia de hoy nos habla de un hombre
como cualquiera de nosotros, que se alegra de su trabajo, del puesto que ha
conseguido, de la casa que tiene, de haber pagado la hipoteca… Nos habla de un
hombre arraigado a todo lo mundano, y que además sólo le servirá para sus años
de vida. Pero… ¿y si enferma?¿y si muere? ¿Qué ocurrirá con su alma?
Podemos confiar nuestra vida a Dios, sabiendo que su misericordia y su
gracia nos cubrirán en el día postrero, aunque el evangelista quiere llamarnos
a prestar atención a esta vida nuestra de más allá, la que está tocante al
cielo, la que nos abre a Dios. Somos mucho más que un simple cuerpo formado de
tejidos orgánicos, músculos, huesos… y es que, en algún momento, el Creador
infundió sobre nosotros su aliento de vida y fuimos. Y este ser de Dios también
tiene que llevarnos a su cuidado, sea por oración, sea por amor, sea por la
celebración. Claro que nos preocupan las cosas de la Tierra, del día a día,
pero también nos preocupan las cosas del cielo y las cosas de Dios, por ello
además de trabajar para ganarnos el sueldo, también trabajamos (aunque de otra
manera) por amor a Dios. Por un lado tenemos que ganar dinero, por el otro
también tenemos que ganar almas, que liberar almas, que procurar llevar o
acercar el Reino. Así como hay un trabajo físico, también hay otro espiritual.
Podríamos acabar diciendo, que también somos responsables (en cierta
medida) y ayudadores de Dios para que su voluntad, su Salvación, continúe
llegando a cada persona, a cada ser humano. Si rehuimos de nuestra
responsabilidad ¿no rehuirá luego Dios de nosotros? Bueno, yo entiendo que no,
que tanta misericordia finalmente nos cubrirá, pero según nuestra lógica debería
ser, por tanto: ¿Qué ocurriría hoy si reclamaran mi alma?
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