MATEO
13, 47 – 52: También se parece el reino de los cielos a una red echada
al lago, que recoge peces de toda clase. Cuando se llena, los pescadores la
sacan a la orilla, se sientan y recogen en canastas los peces buenos, y
desechan los malos. Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles y apartarán
de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno encendido, donde habrá
llanto y rechinar de dientes. —¿Han entendido todo esto? —les preguntó Jesús.
—Sí —respondieron ellos. Entonces concluyó Jesús: —Todo maestro de la ley que
ha sido instruido acerca del reino de los cielos es como el dueño de una casa,
que de lo que tiene guardado saca tesoros nuevos y viejos.
Hoy en día podríamos decir que ya pocos temen el infierno (si es que lo
hay). Quizás porque lo están viviendo en su contexto, quizás porque ya estamos
acostumbrados a la sangre, o quizás por desapego a la vida. Más que al
infierno, hoy tememos la enfermedad, el quedarnos solos, el desamor o a los
préstamos. Aquel horno diabólico ha quedado sustituido por los poderes fácticos
que, en su poderío, hacen como ese pescador que separa los peces: buenos y
malos. Alguien dijo que a los seres humanos nos hace falta esa desmotivación,
esa violencia y esas desigualdades para sacar lo mejor de nosotros mismos. Pero
vaya conmigo si tengo que esperarme a dar lo mejor cuando ya estoy abrasándome
en el fuego, lo que tengo que hacer es ofrecerme antes. Entonces, ¿qué ocurre
con el juicio de Dios?
Mi padre espiritual me dice que nuestra función en la vida es la de salir
al mar para poder traer a personas a la orilla, y para que una vez liberados de
las aguas puedan decidir libremente qué hacer: si seguir a Cristo, o no. Lo
importante es que puedan decidir nuevamente qué hacer con sus vidas, como otra
oportunidad.
En verdad nadie sabe cómo será el juicio de Dios, aunque estamos seguros de
que juzgará. No está bien meterle miedo a la gente, o sacar partido de los
pecados, de los errores… tampoco está bien aprovechar los malos tiempos;
tampoco imponerse ante la persona. Decidir si un pez es bueno o malo es
absolutamente subjetivo; hay que entender que sólo se es bueno o malo en un
determinado contexto, y nunca es igual para los demás. El ejemplo es muy
drástico con los peces, las personas no somos como ellos. Cuando un pez se
pudre, o está malo, se tira. Cuando una persona está mal, o parece podrida, hay
que ayudarla, recuperarla de la podredumbre y darle esa oportunidad de volver a
ser.
Estamos totalmente ligados al concepto de buenos y malos, ya desde tiempos
remotos: los fariseos son malos, Jesús es bueno; el comunismo es malo, el
capitalismo bueno; el cristianismo bueno, los musulmanes malos… en el fondo
todo son clichés, y no sirven sino para crear recelos y desconfianzas. Sería,
seguro, el momento para meterse con toda institución o tribunal, con las sedes
europeas, con las mesas de conciliación… pero no lo haré. Dejaré sólo un apunte:
hay que invertir la dinámica bueno/malo, hay que pacificar la historia y a las
personas, y todo ello es la mayor batalla que tendrá que enfrentar el ser
humano, que al final es para libertad.
Hoy pienso en el infierno, pero sabe a descafeinado.