MATEO
10, 34 - 35: No crean que he venido a
traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he venido a
poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la
nuera contra su suegra.
Hablar de la paz, o buscarla, implica (como la libertad) un proceso en el
cual suelen aparecer luchas, batallas, conflictos. Incluso alcanzada la paz
siempre vive algún conflicto, lo vemos de un modo más próximo en la pareja y
también podemos extraerlo de predicar a Cristo. La teología de la liberación
está en una de estas tesituras, aplicada en lugares donde cohabitan con la
explotación, la falta de derechos humanos, la repartición desigual de las riquezas,
y la deseducación de los campitos, las zonas más humildes. El Cristo que
predicamos los cristianos a veces es de paz, a veces reivindica, y otras veces
pelea. No sé si es correcto segmentar a Jesús de esta manera, pero si en la
bandera vive la libertad del ser humano por mí… adelante.
Claro, Pablo en Efesios dirá que Cristo es nuestra paz, la piedra que ha
sido capaz de igualar al libre y al esclavo, al hombre y a la mujer, al judío y
al griego. Pero tanto el tiempo de Jesús como el de Pablo estuvieron teñidos de
sangre, de esclavitud, de dictadura y de religiosidad rigorista. Entonces, ahí
podemos ver la espada y con ella un mar de guerra, de valentía, de entrega, de
desafíos…
Para nosotros, hoy, alzar la espada parece poco menos que probable. Primero,
por la pérdida de interés y de identidad cristiana; segundo, porque se está perdiendo
la generación, y no hay un vínculo genuino entre padres e hijos; tercero, porque
nos hemos conformado; y cuarto, porque no hay fuego.
Podemos hablar de Jesús, de Pablo, de Lutero, de Martin Luther King, de
Bonhoeffer, de Edith Stein… nombres que han desenvainado la espada a favor de
la humanidad; actualmente también podríamos encontrar a Casaldaliga, a Segundo
Montes, Ellacuría, Romero… aunque en esta lista faltan jóvenes, faltan más
jóvenes preocupados, entregados, que deseen implicarse en la vida y a favor de
ella, que quemen el mundo, que lo hagan arder de amor, cómo encuentro a faltar
a tantos y tantas, chicos y chicas, acampando a las puertas de la Iglesia, del
Gobierno, de Hacienda, o de los bancos para reclamar, para anunciar, para
responder y para sacar la espada.
El fuego, que muchas veces se apaga, sobrevive en las brasas, esperando que
se avive, que se aliente. Por ello, preocupémonos de poner en la juventud una
semilla de deseo, de libertad, de vida, de acción, de compromiso, de amor.
Hablemos con ellos, apoyémoslos, cuidémoslos y vayamos con ellos hacia sus
sueños, sus metas, sus preocupaciones, porque esta generación ya está pasando
sin presentar batalla.
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