MATEO
10, 7 – 15: Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos,
limpien de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsen a los demonios. Lo
que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente. No lleven oro ni plata ni
cobre en el cinturón, ni bolsa para el camino, ni dos mudas de ropa, ni
sandalias, ni bastón; porque el trabajador merece que se le dé su sustento. »En
cualquier pueblo o aldea donde entren, busquen a alguien que merezca
recibirlos, y quédense en su casa hasta que se vayan de ese lugar. Al entrar,
digan: “Paz a esta casa.”Si el hogar se lo merece, que la paz de ustedes reine
en él; y si no, que la paz se vaya con ustedes. Si alguno no los recibe bien ni
escucha sus palabras, al salir de esa casa o de ese pueblo, sacúdanse el polvo
de los pies. Les aseguro que en el día del juicio el castigo para Sodoma y
Gomorra será más tolerable que para ese pueblo.
Lo cierto es que hoy podemos sacar muchas conclusiones de este pasaje de
Mateo, quisiera sólo centrarme en la actitud del cristiano, no sólo en la
gratuidad de nuestros actos sino también en la forma en que debemos dirigirnos,
como si no tuviéramos nada. Y ese darnos como el que no tiene nada no significa
que estemos vacíos de contenido sino que somos capaces de dar tan absolutamente
todo que de tanto darlo ya no tenemos nada, y aún así seguimos dando de nuestra
pobreza. Es una fórmula extraña, lo sé, pero es una de las maneras más felices
que tenemos a nuestra disposición para aferrarnos a la vida y a las personas:
te lo doy todo, aún lo que no tengo.
En otras palabras estamos diciendo algo parecido a lo que Jesús les dijo en
la barca a los discípulos cuando les refiere la levadura de los fariseos, y en
el recuerdo las multiplicaciones de panes y peces. ¿Cuántas cestas recogieron?,
esta es la pregunta clave que nos tenemos que hacer una vez lo hemos dado todo,
porque si pensaron que de algún modo ya no hay más para dar seguro que se
equivocan, sino miren cuántas cestas sobraron. Sí, a nadie se le exige que se
vacíe absolutamente y luego aún deba tener fuerzas para razonar la pregunta,
pero qué ánimo me da el saber que todo el esfuerzo, que toda la dedicación, que
toda la entrega… jamás termina. Cada cual puede atender a su vida para ver cuál
es la levadura de los fariseos, aquello que no nos deja ver las cestas. ¿Qué
nos ocurre cuando vemos la nevera vacía y no llegamos a final de mes? Podemos
pensar que las cosas materiales no son en definitiva el seguro que tenemos, ni
el dinero, la visa… Finalmente aún cuando la comida se acaba pueden ir a
recoger alguna de las cestas en Caritas, o en un comedor social, o …
Ni bolsa, ni bastón, ni oro, ni alforja… finalmente el camino parece que
cada vez hay que recorrerlo con menos cosas, abandonados a la providencia, a la
gracia, a Dios.
Hay algo en esta crisis que nos azota que nos roba la fe, que nos quita la
confianza, que nos deja ciegos en la vida y que ha sembrado temor en las casas.
Qué diferente pensamos los que la sufrimos de los que nos la hacen sufrir.
Porque hoy es cierto que para muchos ni hay bastón, ni oro, ni calzado, ni
vivienda, ni trabajo… Entones hay que devolverles la pregunta, sea con quejas,
con manifestaciones, con denuncias, con todo lo que esté en nuestra mano para
que podamos preguntarles a estos poderosos ¿Cuántas cestas sobraron? Porque
tienen casas, solvencia, arte, economía, alimento… y no lo dan, ni quieren
darlo.
Sí, a todos estos que no dan de gracia, que se comportan como prostitutas,
que son avaros, codiciosos… que son como esas ciudades del pasaje, no me queda
el consuelo del día final, sino el deseo de que recapaciten, de que extiendan
la mano, de que nos acerquen viandas y nos devuelvan hogares, pues todo eso es
poder de Dios puesto en sus manos, denlo. Sea de gracia, o a precio social, se
lo agradeceremos.
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