MATEO
13, 18 – 22: Escuchen lo que significa la
parábola del sembrador: Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la
entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró en su corazón. Ésta es
la semilla sembrada junto al camino. El que recibió la semilla que cayó en
terreno pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente la recibe con
alegría; pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando surgen problemas o
persecución a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella. El que recibió
la semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra, pero las
preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan, de modo que
ésta no llega a dar fruto.
Pienso, que sea como sea, cuando uno escucha la Palabra, cuando a uno le
hablan de la Palabra, o cuando se lee, o cuando se escucha y aún sin llevarla
al corazón, en cualquier momento de la vida aquello que parecía sin vida la
recobra. Entonces, más allá de este pasaje y de sus intenciones, la voz de Dios
siempre queda, siempre lleva fruto, aunque a veces nosotros no sepamos cuál. No
digo ni que todo esté escrito, ni que todo tenga un plan, ni que todo sea para
bien, porque la vida y la historia rebaten cualquier afirmación. La Palabra no
es hueca, como tampoco lo es el ser humano. Ustedes pueden quedarse
interpretando como siempre estos pasajes, es lícito, pero también pueden mirar
hacia su experiencia personal, familiar, laboral, o social… y verán qué
maravilloso es este Dios, y cuánta felicidad esconde.
¿Los evangelios son la Palabra fiel de Dios?¿Son los evangelios unas
coordenadas para llegar al Reino? ¿Son unos escritos históricos sobre Jesús de
Nazaret?¿O son una enseñanza religiosa y vital?
Quizás un poco de todo, pero recuerden que a Dios lo hallamos en la
necesidad y en la vida, en la atrocidad y en la belleza, en la creación y en el
hombre… si Dios está en todo, también lo estará en el terreno pedregoso, en los
espinos y en la tierra fértil, y por tanto de cualquier lugar surge el fruto de
una semilla porque Dios es el que hace crecer y no se espanta de su creación,
ni la desprecia, ni la deja estar. El camino a Dios que abre Jesús empieza en
pedregales y entre espinos, igual que el final de su vida, sólo en su
resurrección estará en tierra fértil, aunque no sus amigos, a quienes esperan
más pedregales y más espinos. Como ocurre a día de hoy en Siria, en Israel, en
África, o en cualquier rincón del mundo.
Todos buscamos la tierra buena, alguien tendrá que ir a los pedregales y a
los lugares que hacen daño porque así lo hizo Jesús. Porque hubo semillas con
poca profundidad para crecer, otras que parecían ahogarse y a por ellas marchó,
y por ellas se entregó. Parece que aún hoy nos diga: volved a los pedregales,
marchad entre los espinos.
Si ya nos han abonado, si nos han alimentado y dado agua para crecer, si
nos podaron, si nos cantaron, si nos recogieron de las lluvias, si nos mimaron
cuando estábamos mustios, llevemos hoy toda la tierra, preparada, que nos
sobra, incluso partamos la nuestra misma, vayamos a esos lugares dispares, a
esos límites, y hagamos como Jesús, a quien cada día escuchamos.
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