MARCOS
6, 7 – 13: Reunió a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus malignos. Les ordenó que no llevaran
nada para el camino, ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino sólo un
bastón. «Lleven sandalias —dijo—, pero no dos mudas de ropa.» Y añadió: «Cuando
entren en una casa, quédense allí hasta que salgan del pueblo. Y si en algún
lugar no los reciben bien o no los escuchan, al salir de allí sacúdanse el
polvo de los pies, como un testimonio contra ellos.» Los doce salieron y
exhortaban a la gente a que se arrepintiera. También expulsaban a muchos
demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite.
Debe ser realmente importante pararse y pararse en estos pasajes de
comisión, de transmisión, de ejecución del mensaje, del poder que se nos
otorga, de la necesidad de ejercerla… Aunque también vive el recuerdo de
comportarse como personas a las que no nos importa deshacernos de lo material,
de lo económico, porque tal y como hemos visto a lo largo de este año, el
ejemplo nada tiene que ver con la plata, ni la identidad con el oro. El
evangelio de hoy nos lleva a ocuparnos del enfermo, del necesitado, del
descalzo, del caminante y hasta del endemoniado.
Claro, no somos exorcistas para ocuparnos de esta disparatada adecuación
del mal en la persona. ¿endemoniados? Quizás deberíamos decir personas que se
han perdido, que están dominadas por todo tipo de pasiones, o que incluso
tienen alguna especie de psicosis, de esquizofrenia, o de paranoia… al fin y al
cabo seres humanos, hijos e hijas, pero que necesitan de un plus de ayuda para
poder encauzar una vida llevada a lo absurdo, al peligro, a la persecución.
Pero, ¿Qué poder sobre estos casos? Eh aquí el dilema, porque mientras algunos
se aferran a lo espiritual, otros saben acompañarse de la ciencia y de la
medicina para tratar a los endemoniados de nuestro tiempo.
Aunque todo ello aderezado con amor, porque el cariño sigue siendo la
piedra principal de toda relación, sana o enferma. Así que los cristianos
parece que tenemos una doble premisa, la de amarnos los unos a los otros y la de amar incluso a nuestra
parte opuesta, oscura, escondida. Lo que viene a ser una especie de combate de
fuerzas antagónicas que somos capaces de acercar por medio de la caricia o de
la sonrisa, armas absolutamente dotadas para vencer a lo maligno, a lo desconfiado,
a lo rabioso, y que nos hablan de una capacidad común entre lo bueno y lo malo
que sucumbe ante el amor.
La cruz podría abrir todo lo perverso del ser humano y en cambio abre un
espacio de llegada a Dios, así nosotros
podemos también ver que en la enfermedad, en la paranoia, en la maldad… existe
también un camino de llegada a Dios, de encuentro con la persona, incluso de
celebración, o de complicidad.
Poderes, sí, pero poderes que pasan por el amor.
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