MATEO
9, 18 – 26: Mientras él les decía esto, un dirigente judío
llegó, se arrodilló delante de él y le dijo: —Mi hija acaba de morir. Pero ven
y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y fue con él, acompañado
de sus discípulos. En esto, una mujer que hacía doce años padecía de
hemorragias se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Pensaba: «Si
al menos logro tocar su manto, quedaré sana.» Jesús se dio vuelta, la vio y le
dijo: —¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado. Y la mujer quedó sana en aquel
momento. Cuando Jesús entró en la casa del dirigente y vio a los flautistas y
el alboroto de la gente, les dijo: —Váyanse. La niña no está muerta sino
dormida. Entonces empezaron a burlarse de él. Pero cuando se les hizo salir,
entró él, tomó de la mano a la niña, y ésta se levantó. La noticia se divulgó
por toda aquella región.
El ser humano es un gran especialista en declarar muerte, cuando alguien
fracasa, cuando alguien nos miente, cuando nos dañan, o incluso cuando hay
partes de nosotros mismos que queremos dejar escondidas, todo ello lo
declaramos muerto. Es lo más fácil, o debe serlo, porque si declaramos que algo
ha muerto en cierta medida dejamos de padecer. Pero es un riesgo, porque
nosotros no tenemos ninguna garantía de muerte cuando ponemos tierra sobre
algo; la vida, que no siempre es fácil, de un modo u otro va a seguir presente
en nosotros. Quizás un poco podamos ver en este hombre las ganas de afrontar la
vida a pesar de que otros puedan decirnos que está muerte, aún si a nosotros
mismos nos lo pareciera.
Cierto, un padre o una madre no van a rendirse jamás aun en las peores
situaciones que pueda encontrarse una hija; lo vemos más desde los años 60
cuando las drogas entraron en la vida pública cómo aquel elemento que
desgarraba a las familias, a los padres, a las hijas, a las madres, desde EEUU
hasta Tailandia y generación tras generación hemos podido observar cómo hay lucha
aun cuando nuestro ser amado parece estar muerto. Hay que luchar, luchas por la
vida, por el amor, por la amada, por el esposo, por el hijo, por todo aquello
que nos importa y que no queremos dejar resignado en el mundo de los muertos.
A algunos nos hace falta un empujón o una situación insólita para darnos cuenta
que somos muertos en vida y a otras no, porque son capaces de ver que en su
vida no hay pulso y aferrarse a la vida en capítulos de superación personal.
No necesariamente tenemos que ir a lo más radical, porque en la sociedad
declaramos muerto a un sector de población que ha quedado marginado y en
riesgo, personas que además tienen muy difícil poder salir de aquella situación
a no ser de los muchos y muchas JAIRO que como su fueran su hija corren en
busca del Señor de la vida para devolver al ser humano su condición de
viviente, su identidad, su ser. De un modo u otro todos estamos llamados a
ejercer de Jairo alguna vez en nuestra vida, es la gran reivindicación ante la
exclusión, ante todo aquello que parece oler a podrido y de lo que la gente
huye.
Levanten a los muertos, o a aquellos que se considera que han muerto y
regrésenles la vida, la ilusión, la felicidad, entréguenles la ficha del amor. Necesitamos
Jairos, y con urgencia.
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