MATEO
11, 28 - 30: »Vengan a mí todos ustedes
que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y
aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán
descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»
Últimamente ando un poco preocupado, pues en mi círculo más cercano se afirma muchas
veces que están descargados, felices, descansados, y que llevan una vida
apacible y humilde de corazón, pero no es así. Sólo hace falta convivir para
darse cuenta que lo que más hay es cansancio, disgusto… están aquí, trabajan
aquí, viven aquí, pero su corazón está más allá de lo que quieren transmitir.
Lejos, no han encontrado aún su lugar. Entonces, pienso, ¿conocemos la paz de
Cristo? ¿Dejamos en Él toda nuestra confianza, aquella que propone ponerlo todo
a sus pies? Hay algunas preguntas más, pero con poco hay que buscar la
honestidad suficiente para declarar que no, y que cuando creen que sí, también
es no. Sólo en ese NO se abren las puertas del descanso, siendo como somos.
Por más yoga, taichí, oración o misa que hagan, todo lo que hay en sus
corazones saldrá a la luz en un momento u otro, estando con unos, cenando con
aquellos, de viaje, o al regreso. Un grito, una mala palabra, un enfado, una
desconfianza… Ser religioso no aporta paz, quizás podrá aportar costumbre o
rutina, nada más. Pero tras el velo del culto es fácil esconderse, bajo la
grandilocuencia, bajo la risa forzada, o aun poniéndonos de rodillas, ¿para
qué? Es una mala educación que nos ha enseñado a escondernos, a maquillarnos, a
sumergirnos ante los demás. Es como un gran engaño, un dolor, un no poder
dormir, un estrés… finalmente, una enfermedad. Sin darnos cuenta, muchas veces,
somos más como el hijo pródigo que se pierde y que no encuentra descanso hasta
que vuelve en sí para regresar a casa del Padre.
Hoy no quiero alargarme, sólo lanzar la cuestión si queremos llevarla a
nuestra meditación o si, como tantas veces, cuatro padrenuestros y a lo que
salga.
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