JUAN
3, 13 – 17: Nadie ha subido jamás al cielo sino el que
descendió del cielo, el Hijo del hombre. »Como levantó Moisés la serpiente en el
desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo
el que crea en él tenga vida eterna. »Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a
su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo por medio de él.
Hay veces en las que es necesario que algo se levante para que el resto de
nosotros podamos reaccionar, a favor o en contra, pues ese alzamiento es como
la imagen final, definitiva, de una situación determinada: en Cristo será la salvación
por medio de la cruz, mientras que para el pueblo de Israel fue la serpiente de
bronce que salvó al pueblo de la mortandad. La clave está en la voluntad
salvífica de Dios, que de un modo u otro llega a nosotros, su pueblo. La
simbología del alzamiento podemos aplicarla, también, a lo largo de la historia
del ser humano en una serie de acontecimientos, manifestaciones,
reivindicaciones, luchas… que han determinado momentos de la historia: la caída
del muro de Berlín, la declaración de los Derechos Humanos, la abolición del
racismo, la igualdad hombre – mujer, la teología de la liberación, el Concilio
Vaticano II…
El evangelista expone una teología de la salvación que será a través de
Jesucristo, el mensajero escatológico del Padre. Así que no sólo se tratará de
una salvación física, de un mejoramiento, o de una recuperación, sino que por
medio de un acto último se establece, aunque sea espiritualmente, la paz entre
Dios y la humanidad. Dios quiere que es último levantamiento sea para
reconciliar todas las cosas, las celestes y las terrestres, quizás viendo las
nuestras podamos comprender esas otras, no visibles, intangibles, espirituales.
Dios reivindica la salvación de la humanidad por medio de un acto dramático,
drástico y único, que no desea se vuelva a repetir y al levantarlo es como si
lo pudiera poner a la vista de todos, de buenos y malos, de justos e injustos,
de ricos y pobres…
Esa exposición del Cristo, además, se establece en un entorno de pobreza,
discriminación, violencia e injusticia, algo que será (o sería) luego
totalmente paradójico para Nicodemo, pero algo que para nosotros tiene un
mensaje muy claro: la cruz establece un lazó de amor hasta las últimas
consecuencias, hasta la eternidad, que es vinculante a todo hombre y mujer en
tanto han sido alcanzados por Cristo. Siendo alcanzados, también somos
levantados, no para salvación aunque sí para solidaridad, para caridad, para
trabajar, para apaciguar…
¿Y qué hacen los cristianos? Pues levantarse, eso es lo que deben hacer los
cristianos, y no sólo los cristianos sino cualquier persona que se sienta
reivindicando la vida, la libertad, la educación, la vivienda, la sanidad, la
economía… acercando esa salvación a cualquier área, a cualquier materia, a cualquier
terreno, ámbito, zona… El mundo no necesita a más personas de sofá sino a más
personas levantadas, interesadas, dispuestas, decididas. Levántense por quienes
no pueden hacerlo, por los enfermos, por la gente mayor, por los más pequeños,
por los mutilados… Hay tantos motivos para levantarse.
No sean como los avestruces, que ya tenemos muchas. No agachen la cabeza,
no echen tierra, no relativicen, levántense, arriba!
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