LUCAS
4, 31 – 37: Jesús pasó a Capernaúm, un pueblo de Galilea, y
el día sábado enseñaba a la gente. Estaban asombrados de su enseñanza, porque
les hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que estaba poseído
por un espíritu maligno, quien gritó con todas sus fuerzas: —¡Ah! ¿Por qué te
entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú:
¡el Santo de Dios! ¡Cállate! —lo reprendió Jesús—. ¡Sal de ese hombre! Entonces
el demonio derribó al hombre en medio de la gente y salió de él sin hacerle
ningún daño. Todos se asustaron y se decían unos a otros: «¿Qué clase de
palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder les da órdenes a los espíritus
malignos, y salen!» Y se extendió su fama por todo aquel lugar.
Cuando el evangelista nos habla de un Jesús capaz de expresarse con
autoridad, se refiere a esa especial forma en la que Jesús transmitía la
palabra, que en definitiva era su vida misma. Cuando alguien es capaz de
enseñarnos de todo corazón lo que es todos tenemos la experiencia de la
atención, del asombro… quedamos prendados de aquella explicación, enamorados de
la clase magistral, llenos, satisfechos. Está bien expulsar demonios, pero está
mejor ser causa de satisfacción. Si el cristiano tiene que ser agua, o comida,
o palabra, o testimonio… debe satisfacer, como dijo Jesús: el que beba de mí
jamás volverá a tener sed.
Esto nos lleva directamente a las propuestas para este curso 2015/2016, y a
las diferentes actividades, lecturas, catequesis, cursos, encuentros… sobre los
que deberemos procurar que sean causa de esa satisfacción. El reto es que todo
aquel que decida venir, compartir, sentarse, o encontrarse en cualquier actividad
sea lleno, y tanto espiritual como emocional o físicamente esa plenitud pueda
acercarlo a Dios y a los hermanos, al Padre y a la comunidad, a Cristo y a los
necesitados… Este nuevo curso sería para despertar en cada persona aquel
llamado que a veces reside como aletargado en nuestro interior, con una voz
casi muda, rota, hay un deber de desligar al ser humano y otro de puro
encuentro.
Igualmente, y no necesariamente cada sábado, también hay que enseñar. Cada
nuevo curso se abren las zonas de refuerzo escolar a las que muchos voluntarios
dedican su tiempo, pero sigue faltando personas. Dentro de cada uno de nosotros
debe nacer este deseo de educar, esta vocación a la enseñanza, no hace falta
ser maestro, porque en nuestro mundo podemos ver cómo asola la falta de
educación: la falta de respeto, de ayuda, de oportunidades, de convivencia…
Este mundo se educa y reeduca a diario, generación tras generación, sea
económica, sociológica o filosóficamente, sea en materia espiritual o en
materia de armamento, o por medio de la paz, la invasión o la guerra.
Todos conocemos cómo está la educación, lo mal que está, las carencias que
presenta, los fracasos escolares cada vez mayores, la violencia… Podríamos
decir que éste es el endemoniado de nuestra historia, de nuestro pasaje, de
nuestro curso, y hay que luchar contra él, tenemos que ser capaces de llevar
luz a semejante oscuridad, y todo pasa por implicarnos y por enseñar. Y podemos
leer que con la enseñanza, con la Palabra, los demonios salen, corren, escapan.
Igualmente ocurre cuando somos capaces de emprender la misma faena, que la
potencia del amor aniquila todo rastro de maldad y que por más temible que aparezca
una situación tenemos el qué para revertirlas.
Por tanto, no les asusten los demonios, porque demonios hay cada día,
enséñenles, y si no les escuchan regresen y enséñenles, y otra vez, y otra vez,
y otra vez, no pierdan la fe en la humanidad, aunque parezca ida. Que la vida
sea para nosotros una oportunidad a la tutoría y el día a día les traiga a
ustedes muchos alumnos.
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