LUCAS 8, 4 – 15: En aquel
tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se
iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar
su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los
pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se
secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo
al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio
fruto al ciento por uno. Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que
oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»
Rescato la primera parte de la
parábola del sembrador, que es la lectura de hoy, para poner nuestra atención
en aquello que pisamos. Sí, el evangelista nos dice que hay una semilla que cae
en el camino y es pisoteada, como ocurre con muchas semillas e incluso con las
más preciosas, las más delicadas, o las más auténticas. El ser humano pisa
muchas veces sin medida, como despreocupado, o como desinteresado. Hay veces
que se pisa como un desprecio, otras que se hace con cierta violencia y otras
creyendo que para triunfar en la vida es necesario pisar al otro.
Realmente somos conscientes de todo lo
que ocurre a nuestro alrededor? Conocemos
los esfuerzos de nuestra pareja, de nuestros hijos, para hacernos mejor
la vida? Las dificultades de nuestro entorno? La pobreza que azota a nuestras
comunidades, incluso aquella que no llegamos a ver? Hay un largo etcétera de situaciones y de momentos que quizás porque
son muy del día a día, o quizás por nuestra insensibilización, o quizás porque
simplemente no nos damos cuenta son pisadas y repisadas, pisoteadas, por la
marabunta humana. Es muy peligroso caer en el camino porque la gente no suele
pararse a recogerte, o a ofrecerte una mano. Podríamos decir que cuando algo
cae sufre el implacable paso de la sociedad.
Podríamos decirnos: es necesario
caminar, pero también es necesario poder pararse. Hay que detenerse de vez en
cuando, por ejemplo en ciertos momentos del itinerario vital para recapacitar,
para rectificar, para solucionar… También hay que aprender a detenerse ante la
realidad de la vida, porque solo así podremos descubrir lo que está ocurriendo.
Si hoy me detengo en mitad del Paseo de Gracia, veré en un banco a una pareja
que descansa, veré parejas que discuten, niños que corren, personas que
compran, otras que miran, risas, abrazos, besos… escucharé canciones, conversas
vanas, proyectos, planes de vacaciones, problemas familiares… y también me haré
consciente de la realidad social de una zona de la ciudad que aglutina toda
clase de personas, desde quienes entran a comprar a Carolina Herrera hasta
algún top manta, o a las personas que piden y que son de uso de las mafias.
Es relativamente fácil pisar la vida,
porque casi que no nos preocupa. Quizás nos preocupe lo nuestro, o los
nuestros, pero no los demás. Miremos el caso dela ecología, que durante muchos
años ha sido como esta semilla que cae en el camino y es pisoteada, tan
pisoteada que la estamos destrozando, y es gracias al impacto de quienes
trabajan a favor de ella que nos han hecho a todos conscientes y hemos parado,
nos hemos detenido.
Cuando hablamos de progreso, hablamos
precisamente de esta semilla que se pisotea. El progreso es necesario, pero
también es necesario pararse, y cuando eso no ocurre se producen desigualdades,
desequilibrios. Puedes pasar toda la vida sin darte cuenta del amor de tus
hijos, y haces que ese amor sea como la semilla pisoteada.
Hay que saber pararse, porque pisando
y pisando estamos pasando por delante de muchas realidades casi sin darnos
cuenta. Aprendamos a detenernos, a degustar, a vislumbrar, a comprender y a
participar, a darle valor a cada una de las semillas que caen en el camino,
porque si no lo hacemos estaremos perdiendo muchas cosas y muchas personas.
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