LUCAS
5, 1 – 6: Un día estaba Jesús a orillas del lago de
Genesaret, y la gente lo apretujaba para escuchar el mensaje de Dios. Entonces
vio dos barcas que los pescadores habían dejado en la playa mientras lavaban
las redes. Subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón, y le pidió que la
alejara un poco de la orilla. Luego se sentó, y enseñaba a la gente desde la
barca. Cuando acabó de hablar, le dijo a Simón: —Lleva la barca hacia aguas más
profundas, y echen allí las redes para pescar. —Maestro, hemos estado
trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada —le contestó Simón—. Pero
como tú me lo mandas, echaré las redes. Así lo hicieron, y recogieron una
cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían.
Lo miren por dónde lo miren, si vivir es navegar, hay que vivir remando.
Esto es, que lo crucial en la vida, aquello que también es inevitable y forma
parte de vivir tiene que ver con afrontar los problemas y las realidades que
surgen cada día. El mensaje de Jesús no es de huída en ningún momento sino que
al navegar invita a dirigirse hacia los problemas (incluso hacia donde no se
pesca nada). Y más allá nos hace llevar la barca hacia las aguas profundas, que
son las aguas del ser, del interior, del corazón, porque si remamos hacia los
problemas, también lo hacemos hacia aquello que nos asusta o que nos paraliza.
Remar mar adentro es implicarse en la vida y si Jesús te dice que eches las
redes confía en Él y échalas.
Parece como si el evangelista quisiera presentarnos una imagen clara: el
mejor lugar para escuchar la Palabra no es entre el ruido del gentío, porque entre
tanto alboroto es muy difícil oír. Jesús se sube a la barca, esto es enseñando
desde la vida, con algo de separación respecto de los demás, quizás en nuestro
interior desde la soledad y el silencio. A pesar que la gente acude, muchas
veces no lo hace con la mejor disposición, ¿no nos pasa eso a nosotros también?
Cada vez nos escuchamos menos a pesar de hablar más. Cómo escuchar entonces esa
voz interior. El problema es que hemos abandonado nuestro propio tiempo, aquel
que se necesita para escuchar la salud, las emociones, el corazón… y en lugar
del sosiego, la paz o el gozo interior no pescamos nada, ni trabajando durante
toda la noche.
Es importante remar hacia lo profundo, porque en la profundidad traspasamos
lo más superficial de las cosas, de las relaciones, de la vida… Cuando Cristo
sale del sepulcro, sale de los más profundo de un cuerpo físico que estaba
muerto y esa misma fuerza que opera en la profundidad es la que resucita a
Lázaro o la que convierte a Leví, o la que un poco más adelante en el texto le
sirve a Pedro para decirle a Jesús: apártate de mí, que soy pecador! Ahí
tenemos que echar las redes.
El ser profundo algo tiene que ver con la plenitud, mientras que el que
lava las redes es como el que se lava las manos impuras pero no lava el
corazón. Que se rompan las redes! Porque ninguno de nosotros tiene las suyas
preparadas para lo que ha de venir a su vida de parte de Dios. Que se rompan! Que
rebose la vida, el amor, la esperanza… que la felicidad deshile la red y la
gratuidad la muerda. Lleguen hasta el corazón, alcancen su ser interior,
escuchen ese Espíritu que habita en ustedes y que los pone en relación con el
Padre y con el Hijo, no tengan miedo, vayan a lo profundo!
Por la superficie, la orilla, o donde el agua no cubre todos caminamos, con
seguridad, es una zona en la que todo el mundo se maneja, en la que el agua
está caliente, a veces se ve a lo lejos alguno que nada y nada hacia lo más
profundo, donde el agua ya es fría. Así nuestra vida, todos queremos habitar
entre seguridades, pero hay que saber adentrarse en las aguas más frías, en las
que no vemos el suelo, en las que nacen misterios, afloran miedos y conquistarlas
porque incluso en los lugares inhóspitos está Dios, quien quizás espere allí
nuestro encuentro.
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