LUCAS
7, 11 – 15: Poco después Jesús, en compañía de sus discípulos
y de una gran multitud, se dirigió a un pueblo llamado Naín. Cuando ya se
acercaba a las puertas del pueblo, vio que sacaban de allí a un muerto, hijo
único de madre viuda. La acompañaba un grupo grande de la población. Al verla,
el Señor se compadeció de ella y le dijo: —No llores. Entonces se acercó y tocó
el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron, y Jesús dijo: —Joven, ¡te ordeno
que te levantes! El muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre.
Incorporar a los muertos forma parte de las acciones carismáticas de Jesús,
aunque en sentido figurado, o como imagen, podríamos decir que forma parte
del plus que nosotros podemos ofrecer al
mundo como cristianos. Efectivamente, debemos fijarnos en la realidad que nos
rodea, en nuestro entorno, para ver que lamentablemente existen muchas
situaciones de mortandad, aquí o allí, y mucha gente llorando alrededor. Siendo
conscientes de que estas situaciones existen, entendiendo la muerte como una
etapa en la que el ser humano está seco, preocupado, triste, decepcionado…
nosotros deberíamos ser capaces de llevar nuestra actividad al corazón (o al
espíritu) de ese “muerto” para alcanzarlo a la vida, para llevarlo a Cristo.
No podemos conformarnos a ver estos episodios de muerte de la humanidad,
que muchas veces vive sometida al entorno, al poder, a la religión, a las
modas… No podemos admitir que el ser humano viva por debajo de su dignidad,
como pidiendo limosna por vivir, como oprimido por los lobys, o por otras
personas, circunstancias… Que el hombre, o la mujer, viva en plenitud debería
ser la meta, el icono de este siglo XXI, porque después de tantos siglos ya
viene a ser hora de consolidar la felicidad como derecho universal inalienable
a la condición de ser viviente. ¿Qué puedes decirle a un niño pequeño? Pues que
tiene derecho a ser feliz, por encima de cualquier otra cosa, y para ello
seguramente vamos a tener que acercarnos a la madre (a los padres, a la
sociedad en conjunto) para calmarla de su llanto y de su pena y decirle: no
llores.
Hoy diría, también, que lo más cercano a nosotros (por la actualidad) sería
para resucitar a los países de Europa, y no sólo de Europa, para que atiendan a
la situación de la inmigración, de los refugiados, de las muertes en alta mar,
o en la playa, para que persigan a las mafias… Está claro que el ser humano, en
este caso, tiene el corazón muy sensible al llanto de estos muchos que caminan
buscando un futuro. Lo que no está clara, como muchas veces, es la posición de
los gobernantes, de los países, del poder en definitiva, que es uno de los
mayores ejecutores del planeta. No podríamos resucitar al individuo si
dejáramos que las instituciones siguieran muertas, o gobernadas por verdugos,
es absolutamente incoherente (a pesar de ser así).
Más cerca nuestro está el tema de las ejecuciones hipotecarias, a mi entender
un asesinato, y se está matando a muchas familias, a muchos pequeños y a muchos
mayores, y ante esta realidad nos mostramos impasibles, insensibles, o
vencidos, derrotados, quizás sean los dos polos: las instituciones
insensibilizadas y los ciudadanos atados de pies y manos. Y no puede ser, basta
de ejecuciones, basta de llevar a la persona a su muerte!!
¿Qué vivimos en un país de tradición cristiana?¿Que la tradición eclesial
ocupa todavía un lugar de relevancia?¿Que si somos cristianos? Pues levanten,
resuciten, hagan todo lo posible por preservar la felicidad del ser humano,
todo lo posible para que los gobiernos hagan una opción por la vida, por la
humanidad, por la dignidad, por el amor. Para resucitar primero algo, o
alguien, debe morir; pues para resucitar al poder, a los lobys, a los
gobiernos, la justicia… ya saben, primero deben morir.
Ojalá seamos conscientes de nuestro papel, de lo que nos jugamos, de la
propia vida y podamos acercarnos a toda esta realidad para decirle de una vez y
por todas: no llores.
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