LUCAS
6, 43 – 49: Ningún árbol bueno da fruto malo; tampoco da buen
fruto el árbol malo. A cada árbol se le reconoce por su propio fruto. No se
recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El que es
bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es
malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla
la boca. ¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo?
Voy a decirles a quién se parece todo el que viene a mí, y oye mis palabras y
las pone en práctica: Se parece a un hombre que, al construir una casa, cavó
bien hondo y puso el cimiento sobre la roca. De manera que cuando vino una
inundación, el torrente azotó aquella casa, pero no pudo ni siquiera hacerla
tambalear porque estaba bien construida. Pero el que oye mis palabras y no las
pone en práctica se parece a un hombre que construyó una casa sobre tierra y
sin cimientos. Tan pronto como la azotó el torrente, la casa se derrumbó, y el
desastre fue terrible.»
Podríamos lanzar hoy esta pregunta que nos propone el evangelista: ¿dónde
está nuestro cimiento? Y podríamos, además, buscar la respuesta entre los
sucesos que están ocurriendo en nuestro entorno desde hace más de cinco años.
Lo haremos desde tres aspectos distintos:
1) Una base económica, la vivienda: es una opción cien por cien legítima,
que el ser humano se procure una serie de riquezas para lograr llevar una buena
vida. Lo que hemos venido llamando la economía del ladrillo, la compraventa de
hogares, de primeras y de segundas residencias, que ha constituido el principal
patrimonio del individuo y de las familias. Para muchos esta es la gran base
sobre la que edificar un proyecto de vida (y sobretodo un proyecto de vida en
común). Pero, ¿qué ocurre cada vez que hay una burbuja inmobiliaria? El
ladrillo da y el ladrillo quita dirían los más atrevidos y tenemos muy reciente
el conocimiento de esta problemática, la proliferación de los fondo buitre, el
negocio de los grupos de inversores, la usura… y la pérdida de hogares porque
el banco pasa como un monstruo, implacable, al que no le importa tu situación
sino sólo su dinero. Podemos afirmar que esta última crisis nos ha mostrado
cuan fácilmente se derrumba nuestra casa y cómo el desastre no fue sino que es
terrible.
2) Una base político judicial, la ley: que integra lo que está bien y lo
que está mal, velando por el cumplimiento de lo bueno y que vive bajo el estigma
del castigo para sus infractores. La ley es el gran fundamento civil, penal,
procesal, constitucional… pero si bien pareciera un organismo impoluto,
infranqueable, nos es mostrado que sólo es una herramienta configurada en los
espacios de poder y que puede manejarse de un modo u otro dependiendo del grupo
que la gestione. La Ley, además, es buena para algunos y mala para otros no por
la transgresión de la norma sino por los intereses creados, que permite el
fraude, la malversación, la pillaresca …
y en último término la injusticia. Si sopla el viento de la derecha el
organismo tipifica los nacionalismos, las manifestaciones, la libertad de
expresión, la salud pública… y si sopla la izquierda, el organismo afecta a los
empresarios, las inversiones, o a las políticas sociales. Y un viento derrumba
al otro, no hay casa que sobreviva.
3) Una base espiritual, Cristo: la configuración del ser humano viene por
medio de muchas cosas, pero toda su esencia, toda su autenticidad y toda su
libertad pasa por el corazón y por el nexo que éste tiene con lo trascendente.
La solidaridad, la entrega, la esperanza (por ejemplo) sólo cobran un verdadero
significado en el amor, y el amor sólo viene de Dios. Cristo es el nexo, quien
nos pone en contacto con la espiritualidad y el que asegura dos cosas muy
importantes: nuestra condición de hermanos y hermanas, y el hallazgo de la libertad
y de la felicidad como bienes inseparable del ser humano.
No hay dos vientos, ni tres, sino sólo uno que sopla a favor de la vida, a
favor de la humanidad. Así sucede cada vez que las personas reaccionan contra
la injusticia, o cada vez que nos unimos para socorrer, ayudar, o acoger. Tenemos
una base de amor y de esperanza y, esto es, una ayuda al ser humano, una
herramienta que le permite gestionar los tiempos buenos y los tiempos malos y
que le permite enfrentarse al diario con confianza, optimismo y seguridad. No
hay otra base como Cristo.
Aunque podríamos extendernos, hoy quisiera preguntarme ¿Dónde está mi base?
Si sigue en pie o está deshecha, si está en perfecto estado o necesita obras,
si sucumbe a los vientos de la actualidad o consigue alzarse por encima…
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