MARCOS
8, 27- 31: Jesús y sus discípulos salieron hacia las aldeas
de Cesarea de Filipo. En el camino les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy
yo? —Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los
profetas —contestaron. —Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? —Tú eres el Cristo
—afirmó Pedro. Jesús les ordenó que no
hablaran a nadie acerca de él. Luego comenzó a enseñarles: —El Hijo del hombre
tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, por los jefes
de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que
a los tres días resucite.
Podríamos decir que gran parte del evangelio está encaminado a contestar
esa misma pregunta: ¿Quién dice la gente que ES Jesús? porque más que un relato
histórico, con datos sociológicos, o con cronologías certeras, estamos ante un
escrito confesional. Pedro dirá: Tú eres el Cristo, y esta es la respuesta que
los evangelistas, que esas primeras y primitivas comunidades cristianas querían
dar a conocer: Jesús es el “Mashiaj”, el ungido de Dios, que además se
convierte en la respuesta definitiva, escatológica, de Dios: es necesario que
lo maten y que resucite, lo que constituirá la predicación del kerigma cristiano.
Estamos ante lo que Cristo es para el cristianismo de los primeros siglos y
ante una de las primeras confesiones de fe, que además es de Pedro (con toda la
connotación eclesial).
Siempre miramos este pasaje aludiendo a la misma pregunta: ¿Quién es Cristo
para nosotros? Una solución a los problemas, un talismán, un gran sabio, el
Hijo de Dios… Ciertamente cada uno se dirige de manera distinta al
interrogante, todos profesamos una misma fe (que Jesucristo es el Hijo de Dios)
pero también todos tenemos una vía personal e íntima para responder a la
pregunta traspasando la confesionalidad. ¿Quién es Cristo para mí? Porque quizás
es luz, quizás es mi fundamento, quizás alguien cercano… Para todos Cristo es
transformación, aunque suene raro responder a la pregunta diciéndole: Tú eres
mi transformador. Pero es cierto, Cristo tiene la facultad de transformar
nuestras vidas como también la posibilidad de iluminarla dándole un sentido
diferente a la existencia, la cual ha dejado de ser para nosotros mismos.
¿Quiénes somos nosotros para Cristo? Porque la pregunta va en una triple
dirección: hay una primera de arriba abajo, de Dios hacia la humanidad: Tú eres
el Cristo; está esta segunda opción, que va de abajo a arriba, nosotros somos
hijos e hijas en el Hijo; y vive una tercera vía para la pregunta, que va de
persona en persona: ¿Quién decimos que es o quién somos nosotros para el seno
de la comunidad, de la familia…? Y es importante darse cuenta que somos algo
para otros y que los otros son algo para mí, ¿Quién decimos que son? Que eres
tú para mi, y ¿Quién dicen que soy? Quién soy yo para ti.
Esta triple vía existe a causa del amor, porque del amor divino entre Padre
– Hijo y Espíritu no quisieron quedárselo para sí sino que lo extendieron como
una fuerza hacia nosotros. Así en nosotros, el amor no puede quedarse en mí
sino que tiene que proyectarse, que generarse en vosotros y así podemos
construir camino, vivir en comunidad, hacer familia… porque el amor es
perfecto.
¿Sabemos quién es cada uno?¿Nos conocemos?¿Podemos identificarnos? Porque
uno no puede caminar entre desconocidos sino es con temor, con incertidumbre,
con dudas. Para que exista unión tiene que haber respuesta para nuestra
pregunta y respondiendo ¿Quién eres o quién soy para ti? ¿Soy amigo o
enemigo?¿cercano o lejano?¿amable u hostil?...
Hoy podríamos responder casi que acudiendo a Facebook, o a Instagram… Es lo
que antiguamente se hacía con el DNI y el apellido: éste es el hijo de…, la que
vive en… El evangelista nos invita a profundizar en la respuesta, en lo que
sabemos de cada uno, en lo que tú eres para mí y yo soy para ti, y este trabajo
de identidad nos lleva, nos conducirá al amor, porque te conozco y como te
conozco te amo.
Que tengamos hoy un tiempo para acercarnos a preguntar ¿Quién eres tú? ¿Quiénes
sois vosotros?
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