MATEO
4, 18 - 23: Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a
dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el
mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de
hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando
adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan,
que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó.
Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron. Recorría
Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del
Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Lo más precioso de la vida, aquello que puede darle pleno valor, es
sentirse llamado a… Claro, en nuestro caso diremos que es el llamado de Cristo
el que nos abre las puertas de la fe, y de la vida cristiana, pero en todos los
ámbitos y religiones existe también un llamado, que es universal, porque en
definitiva, aunque con distinto nombre, aquello que nos llama viene a ser la
misma cosa. Quizás alguien se siente llamado por la vida, otra se siente
llamada a ayudar, otro siente el llamado del amor y aún alguna siente un
llamado a la maternidad… Que seamos llamados nos indica que alguien (o algo)
nos llama, y esta es una prueba innegable de la trascendencia, que existe, que
sentimos, que nos acompaña, que nos conoce y que quiere sernos cercana.
Cada cual puede poner un nombre, una creencia, una espiritualidad, un
camino… pero todos convergemos en el llamado a… que es como el sentido de
nuestra vida, la respuesta a la pregunta ¿Para qué estamos aquí?
Bien, que lindo para nosotros entender que desde siempre somos llamados a
la libertad y al amor. Somos llamados como estos discípulos a favor de la
humanidad, para liberarla de este mar de problemas por el que muchas veces se
tiene que navegar y que es inexcusable, y que nos somete. Ser pescadores de
hombres es un llamado a afrontar estas dificultades con nuestros semejantes
para, de algún modo, traerlos a la orilla, a tierra firme, darles descanso y
comida (que sería libertad) y la oportunidad de que siendo libres puedan elegir
qué quieren hacer, cómo quieren vivir… Y ese es el llamado universal que hace
Dios, que aquello que Él creo en libertad recupere su estado auténtico.
Pescar hombres no significa necesariamente llevar a las personas a Dios,
aunque también. A las personas sólo hay que liberarlas. Si después deciden que
se quedan con Dios, con Cristo, con nosotros, será fantástico, pero si deciden
que no, que nuestra propuesta no les interesa que también sean libres para
decirlo, porque Dios no quiere obligar a nadie a seguirlo, a ser cristiano,
sino que desea ver al ser humano viviendo en libertad, feliz, porque en esa
felicidad también hay expresión del Padre.
Dejemos que cada cual elija, pero procuremos que todo el mundo tenga esa
capacidad de elegir libremente, sin sometimientos, sin presiones, sin lazos,
sin prisiones. De la oscuridad a la luz admirable hay un camino muy intenso de
transformación, pero jamás de obligatoriedad. Podemos llevar a las personas a
descubrir esa luz, pero no podemos sujetarlas para que la acepten como nosotros
la entendemos.
Vencer al mal que oprime es la prioridad, y después veremos y aceptaremos,
porque nuestro llamado no es a una etiqueta sino a la vida.