LUCAS
16, 10 – 13: El que es fiel en lo mínimo,
lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en
lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará
lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? «Ningún
criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o
bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al
Dinero.»
Todos somos administradores, en una u otra forma. Todos tenemos alguna
responsabilidad que recae sobre nosotros y cuando pareciera que no, tenemos la
propia vida que administrar, y bien administrar porque constituye el bien más
preciado (que es existir) y algo que nos viene dado, que no es por nosotros.
Respecto de la existencia Jesús nos insta a permanecerle fieles, es decir a ser
fieles a nuestra autenticidad, a lo que somos, a este ser propio y que nos
identifica y que nos da identidad. Podríamos decir que en nosotros mora la vida
y que, por tanto, tenemos el cometido de saber llevarla, de cuidarla, de
amarla, de desarrollarla y de proyectarla, de entregarla y de compartirla. Esta
es la primera fidelidad del ser humano como administrador de algo, la más
primitiva.
La tentativa entre Dios y el dinero respecto de la vida la podemos también
entrever en otras muchas realidades, aunque nos servirá a nosotros de polo
respecto a la buena administración. Para el evangelista el buen administrador
opta por la vida, por el amor al prójimo, por ser desprendido, por ayudar… en
cambio, el pesetero hace todo lo contario, vive de la soberbia, depende de su
monedero, su felicidad es efímera, es egoísta y vive bajo la opresión de ese
otro dios. Dios, dirá el exégeta, nos lleva a amar, mientras que el Dinero nos
conduce a robar. Sin duda estamos en el extremo de las dos administraciones
pero no le falta verdad.
Ahora, respecto del administrador que cubre lo poco tengo otra opinión,
porque si bien puedo estar de acuerdo con el evangelista, en la poca
administración no llega a descubrirse lo que vive en el corazón de las
personas. Porque mientras se es pobre, por ejemplo, o mientras no se ejerce
autoridad hay tentaciones que no llegan a nuestra vida, que no se hacen
presente. Sí, quizás logremos ver al mal administrador pero… demos un paso.
Si quieres descubrir un mal administrador tienes que darle a la persona la
posibilidad de guardar lo mayor. Quizás por una posición de poder respecto de
otros, quizás gestionando un capital mayor, quizás con una amplia cartera de
clientes, quizás como párroco de una parroquia, quizás como obispo, o quizás
como padre o madre en una familia… ahí descubrimos, a veces quedamos
estupefactos y sorprendidos de lo que había en el corazón de aquel, o de
aquella. Pero es necesario, porque en definitiva estamos buscando al buen
administrador y en ese camino los habrá de todos los colores, y es necesaria la
posibilidad para todo ser humano.
¿Eso nos lleva a la desconfianza? No, por supuesto, ello nos permite llegar
a prestarle a la persona la ayuda que necesita, o descubrir quienes son
verdaderos administradores. Si hay malos administradores habrá que enseñarles,
que procurarles un aprendizaje, que seguirlos en su proceso y prepararlos para
la mayordomía porque aquí no se desecha a nadie, quizás se busquen otras
maneras de ayudar.
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