LUCAS
15, 1 – 7: Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él
para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a
los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de
vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el
desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la
encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los
amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que
se me había perdido.” Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo
por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad
de conversión.
Las parábolas de Lucas 15 nos sumergen de lleno en el corazón de Dios. Es
decir, que ningún capítulo como este para saber cómo es el amor de Dios, para
quien todos son importantes y para quien todos merecen la especial atención,
dedicación… ¿Qué haría un Padre, o una Madre, si se perdiera su hijo, o su
hija? Bien, esa es la pregunta que el evangelista nos responde en este pasaje.
Pero no sólo merecen atención los que son hijos sino también aquellos que, por
la razón que sea, ya no lo son, o no quieren serlo, o… los extraviados, en
definitiva.
Claro, situémonos en la situación de familia de Dios y en la actualidad:
vendría a ser como un Padre que de los muchos hijos e hijas que tiene, una
amplia mayoría se ha perdido, o se ha rebelado o, incluso, lo ha negado. Es,
por tanto, una experiencia dura la que tiene este Padre respecto de sus
descendientes, ver cómo viven, como crecen, como hacen entre un abismo ( a veces
muy grande) que los separa. Más, que si bien algunos podemos vivir la
experiencia de su presencia y ello nos otorga cercanía y familiaridad, con
otros la experiencia es del todo imposible a causa de la insensibilidad. ¿Cómo
es decirle a un Padre, no existes? Es algo brutal.
La situación de Dios pero, a pesar de los muchos que han marchado, sigue
siendo ejemplar y guarda en esperanza el encuentro con todos estos “desaparecidos”
no como algo enteramente suyo, pues finalmente todos estaremos delante de Él,
sino como una empatía hacia el sufrimiento de los extraviados, cuyo gemido
logra alcanzar a Dios. Porque cuando uno niega a su Padre, o a su Madre, o
cuando uno se encuentra sin ellos, la vida no es la misma. En la experiencia de
la enemistad se produce una fractura dolorosa, que escuece y que a pesar de la
distancia no logra olvidarse hasta que, finalmente, hay perdón. ¿Hay algo peor
que la soledad?¿Que el desamor?¿Que el no ser amada?
Seamos una comunidad de acogida. Tenemos que ayudar a Dios, amados y
amadas, tenemos que trabajar con el Pastor para recuperar, reencontrar y
acercar a estas ovejas dispersas que, por el motivo que sea, se perdieron en el
vasto camino de la vida. Y cuando los encontremos no vamos a castigarlos, a
golpearlos, a echarles una bronca… porque el Padre quiere que hagamos fiesta y
que celebremos el encuentro.
Por último, ¿Quién es justo? Porque el final de este pasaje nos lanza la
reflexión a nosotros mismos, que también estamos en posibilidad de extraviarnos
o de vivir el extravío. No piensen, ni por un momento, que su camino es
infalible, pero sí estén convencidos que así como acogieron, los encontraremos
y serán reacogidos y volveremos a hacer fiesta.
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