LUCAS
19, 45 – 48: Entrando en el Templo,
comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: Mi Casa
será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!» Enseñaba todos los días en el Templo. Por su
parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo
buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo
le oía pendiente de sus labios.
Siguiendo el itinerario lucano, estamos llegando ya al punto de inflexión
que marcará los deseos de la clase sacerdotal de matar a Jesús. Para nosotros
se muestra a un Jesús valiente, decidido, que defiende la originalidad de la
relación entre el Templo y Dios y que no consiente, de ninguna manera, que el
lugar del encuentro se convierta en una excusa para aprovecharse de la fe, de
la gente, de la intimidad entre Dios y nosotros. Para aquellos sacerdotes, para
la gente del Templo, que vivían precisamente del sabotaje de la experiencia del
encuentro entre Dios y los creyentes, alguien tan valiente sólo merece morir,
porque agita a las masas y porque ahora se convierte ya en un rival con
capacidad de menguar los privilegios que habían adquirido por su clase
sacerdotal.
En nuestro tiempo no ocurre algo diferente, aunque cierto es que nuestros
medios son más sigilosos. Si Jesús hubiera vivido estas escenas en nuestro
tiempo podría haber ocurrido dos cosas: 1) Jesús es un judío y, por tanto,
problema entre Israel y Palestina, así que dejémoslos que se maten, o 2) si
Jesús hubiera violentado a otras dos grandes potencias probablemente habría sido
objeto del ataque de un dron, o de una mala campaña de prensa, o de embargo de
sus recursos, y se acabó el problema. Sea como sea, tan fácil era callar a
alguien en aquel tiempo como lo es hoy cuando el que habla incomoda.
Llevar la verdad incomoda, denunciar la situación social, económica,
política… también incomoda, incomoda que se destapen secretos a través de
wikileaks, también que se filtren informaciones a la prensa, radio o
televisión. Incomoda la independencia de Catalunya, incomoda Escocia, incomoda
el Papa Francisco, incomodan los divorciados a la Iglesia, incomodan las femmes
a los obispos… Y vaya! Parece que manifestar la verdad incomoda, y mucho.
Se incomoda sobretodo cuando es posible hacerse oír, escuchar, cuando se
puede alzar la palabra y denunciar, cuando se tiene voz, opinión, cuando se es
un personaje notorio, o público, o político, o religioso… Pero nosotros también
tenemos esa capacidad de incomodar, porque miles y miles de personas exigiendo
sus derechos, su dignidad, su derecho a la vivienda, su malestar por los
problemas de la sanidad… también lo hace, que se lo digan al PP de Madrid que
no quiere manifestaciones. Y es que estas clases de hoy, como las de ayer,
viven muy bien del silencio, de la duda, del desconocimiento.
Tengamos hoy el deseo de ser un poco incómodos con el sistema, no con las
personas (que esa es otra incomodidad), sino que sintámonos con esta fuerza de
Jesús que denuncia y se hace escuchar.
Desde aquí todo el apoyo a cuantos y cuantas salen a la calle, gritan en
las plazas o elevan su voz en las manifestaciones. Todos y todas, profetas de
este siglo XXI.
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