LUCAS
19, 1 – 7: Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había
un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver
quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña
estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a
pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo:
«Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se
apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo:
«Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»
Si supiéramos el bien que hacemos, o que podemos hacer, a la gente
encontraríamos, en adelante, a muchos y muchas que también querrían devolverse
a la vida con gratitud, esperanza y amor. Si dejáramos de criticar, si
aparcáramos nuestros recelos y si dijésemos: hoy voy a comer a casa de “Zaqueo”,
conseguiríamos abrir corazones. ¿Cuántas veces nos perdemos un encuentro por
qué aquella persona nos cae mal?¿o vive de un modo que nos gusta?¿o piensa
diferente?¿o cree en otra cosa? Dejamos pasar, a la semana, muchas
oportunidades para disfrutar de la gratuidad, porque en esta vida no todo el
mundo tiene ni que pensar como nosotros, ni vestir como nosotros, ni escuchar
la misma música… aunque pueda parecernos extraño, raro, inapropiado…
Miren, de ninguna manera quiero dar la impresión de que yo voy por la vida
dispuesto a comer, a cenar, o a compartir un rato con el Zaqueo de turno,
porque es algo que nos cuesta a todos. Entonces hoy escribo desde mis miserias,
con la esperanza de volverme un poco como este Jesús de la gratuidad que conoce
el bien que hace a aquella persona por quien se deja acoger. Qué valentía! Y no
es por caridad cristiana, ni por bondad, que debemos movernos sino por
gratuidad, porque la experiencia del encuentro nace de la libertad, del deseo
de querer ir contigo, o con ella, porque en realidad nada me lo impide, y si
mis impedimentos son mis prejuicios, qué locura!
Entiendo la incomodidad que provoca esta experiencia, ya ven que a Jesús lo
terminan señalando, aunque eso no le impide hacer lo que debe hacer, que es
sentarse a compartir su intimidad con Zaqueo, porque cuando alguien se abre al
otro, no puede sino ofrecerle lo que hay en su corazón, y ¡esto es amor! Por
qué no hay otra experiencia tan cercana al corazón humano que ese encuentro
interpersonal sincero, cercano, familiar y hasta ingenuo de creer en tu bondad
y de admirarme de tu belleza, seas lo que seas, te llamen lo que te llamen y me
digan lo que me digan, hoy quiero comer contigo.
Y bueno, termino, quizás no terminen todas estas experiencias en algo tan
colosal como lo de este Zaqueo, que devuelve el cuádruple de lo que se quedó,
pero seguro que tras el encuentro habrá una doble llama, un fuego encendido, “caliu”
decimos en Catalunya, y qué mejor para el invierno y el frío.
Salgamos a la calle, miremos en las copas de los árboles y preguntemos:
¿Qué hay de comer?
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