LUCAS
14, 25 – 30: Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo: «Si
alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus
hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser
discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser
discípulo mío. «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se
sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que,
habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se
pongan a burlarse de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo
terminar.”
Este pasaje ha venido a mi vida en más de una ocasión porque en mi hay una
rutina que me espanta, que me persigue porque realmente me provoca temor de
Dios y es el fallarle, el empezar a edificar y no poder terminar, o el
abandonar, el decir hasta aquí. Esto me angustia, y mucho, porque creo en el
valor de mi SI a Dios pero soy consciente de mi ser humano que tantas veces quiere
empujarme, someterme, o apartarme. La primera vez que fui invitado a una
convención de estudios bíblicos al finalizar el acto los ponentes, todos
pastores, llamaron a quienes quisieran a ir delante de ellos para hacer
oración. Íbamos avanzando en cola de uno, que al llegar delante del escenario
se ponía delante del pastor que le tocaba y pedía por algo en concreto, cuando
me tocó a mí sólo tenía por decirle una oración: que Dios me diera fuerza para
no dejarlo jamás, pues conociéndome… hay peligro.
Claro, de un modo pienso que todos tendríamos que empezar aquello que es
bueno, que es un bien, que genera amor, que supone ayuda… y que para ello
tenemos que poner todo de nuestra parte, fuerzas, mente y corazón, y me
atrevería a decir que aunque todo falle, y aunque nos quedemos sin fuerzas, y
aunque parezca que fracasamos y que no podemos terminar… en el amor y por amor,
nunca hay derrotas. Jamás. Si tienen que correr algún riesgo, si tienen que
atreverse a, o si tienen que dejarlo todo… que sea por amor. Eso querrá decir
que estoy edificando una casa más grande, aunque quizás haya caído una pared.
Mi compromiso es con la vida, y aunque temo de flojera quiero renovar cada
día esa decisión, qué viva! Porque el compromiso que adoptamos está muy por
encima de las obligaciones terrenales, y trabajamos en una obra que no es de
nosotros acabar sino que le corresponde a Dios, quien la terminará en el día
que quiera, o sea. Supongo que de Jesús pensarían algo parecido sus
contemporáneos: miren éste, crucificado… comenzó a edificar y no pudo terminar!
Pero… wow! Qué grande construcción tenía que venir.
Quiero decir, que cuando se pongan a calcular los gastos, lo que cuesta,
las dificultades, los presupuestos… que el dinero no sea un impedimento, que
tampoco lo sean los años de construcción, ni los problemas con el ayuntamiento
o la Ley de costas… Que nada en este mundo les detenga cuando quieran contar
qué cuesta seguir a Cristo, o qué cuesta amar, o cuánto vale la vida, PORQUE LO
VALE TODO.
Que sea por gastar que muramos, que sea por haber derrochado todas nuestras
fuerzas, toda nuestra salud y todo lo que tenemos. Que sea por la vida, por la
humanidad, por la luz y que si entonces se rompe mi corazón, que sea porque
encontró a Dios.
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