JUAN
11, 47 – 57: Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos
convocaron a una reunión del Consejo. —Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este
hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos
van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado,
e incluso con nuestra nación. Uno de ellos, llamado Caifás, que ese año era el
sumo sacerdote, les dijo: —¡Ustedes no saben nada en absoluto! No entienden que
les conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda
la nación. Pero esto no lo dijo por su propia cuenta sino que, como era sumo
sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía, y no sólo
por esa nación sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, para
congregarlos y unificarlos. Así que desde ese día convinieron en quitarle la
vida.
Venimos inmediatamente después de la resurrección de Lázaro y vamos a darle
a este Lázaro una connotación de clase. Dicen que Lázaro pudiera ser una
persona influyente, con dinero y posición dentro quizás del Sanedrín.
Resucitarlo, no entendido desde un plano físico, vendría a ser como atraérselo
a sí mismo. Es decir, que la resurrección de Lázaro sería la adhesión de una
casa poderosa al grupo de Cristo y cuando lo que removemos es causa de un
interés mucho mayor, provoca la represalia de los sacerdotes que acuerdan matar
a Jesús. ¿Qué hubiera pasado si Cristo hubiera resucitado a un pobre, a un
hambriento, a un cojo? Seguramente nada, como nada ocurría cuando sanaba o
expulsaba demonios.
¿Es que sanar o sacar demonios no era algo excepcional? Seguramente sí,
pero lo que Jesús hacía era en todo inofensivo y alejado del poder y de sus
ámbitos. Un Jesús rural que era tenido por profeta y que ejercía en las
regiones más alejadas de Jerusalén un servicio social. Nosotros también sabemos
perfectamente lo poco que resuena en las altas esferas aquellos temas sociales
que tienen que ser atendidos por voluntarios o fundaciones privadas lejos del
dinero público. Pero cuando la demanda del dinero la realiza a través de la
influencia y el favor, ese mismo dinero que no hay para los menos influyentes,
atraviesa la maraña de la problemática de la hacienda para pagar pronto y
rápido.
Florentino Pérez, que es el caso más evidente de este último tiempo y ya ha
cobrado la indemnización por el cierre de Castor: 1350 millones de compensación,
pagados por el sindicato de bancos y del sistema gasista y cuyo Importe será
financiado por los consumidores a través de las tarifas a lo largo de 30 años. A
la inversa, cuando los ciudadanos se rebelan contra este pago, o contra la
factura de los servicios básicos, o contra los intereses abusivos de los bancos…
son literalmente, ejecutados. Pues en este mundo se puede acordar matar a
cualquiera de muchas y diferentes maneras. Hoy vivimos un tipo de muerte cuando
permanecemos callados, vivimos otra cuando pagamos los recibos del agua, de la
luz o del gas, nos matan cuando pagamos el tipo del IVA y nos disparan a
traición cuando con la educación de nuestros hijos e hijas hacen lo que les da
la gana.
Nos están acribillando a favor del dominio del poder, de los intereses
privados, de los grandes capitales y tiro tras tiro, la sociedad perece a
merced de la política. Los últimos ejecutados han sido los electores andaluces
presos de los intereses políticos de Susana Diez, poder, poder y poder.
¿Y qué ocurriría si algún Jesús atrajera hacia otros intereses esa
influencia y decisión? ¿Y si algún poderoso fuera resucitado por el Cristo?
¿Ocurriría como sostiene Caifás? Ciertamente, mejor que muera uno. Así Ghandi,
Luter King, Jorge Gaitán, Luis Carlos GAlan, María Elisabeth Macías Castro,
Yolanda Ordaz, Miguel Servet, … hombres y mujeres que han vivido de un modo u
otro los mismos intereses que Jesús y que como él, han compartido la misma
decisión del Sanedrín: mejor que perezca uno y no toda la nación.
Nos dirigimos hacia los días de la pasión y tendremos tiempo para
experimentar todo tipo de muertes que, de alguna manera, tienden a aproximarse
a esa cruz del Cristo. Pero si hoy miramos al Golgota, que el temor a esa
muerte no nos haga agachar la cabeza.
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