JUAN
7, 40 - 53: Al oír sus palabras, algunos de entre la multitud
decían: «Verdaderamente éste es el profeta.» Otros afirmaban: «¡Es el Cristo!»
Pero otros objetaban: «¿Cómo puede el Cristo venir de Galilea? ¿Acaso no dice
la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David, y de Belén, el
pueblo de donde era David?» Por causa de Jesús la gente estaba dividida. Algunos
querían arrestarlo, pero nadie le puso las manos encima. Los guardias del
templo volvieron a los jefes de los sacerdotes y a los fariseos, quienes los
interrogaron: —¿Se puede saber por qué no lo han traído? —¡Nunca nadie ha
hablado como ese hombre! —declararon los guardias. —¿Así que también ustedes se
han dejado engañar? —replicaron los fariseos—. ¿Acaso ha creído en él alguno de
los gobernantes o de los fariseos? ¡No! Pero esta gente, que no sabe nada de la
ley, está bajo maldición. Nicodemo, que era uno de ellos y que antes había ido
a ver a Jesús, les interpeló: —¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin antes
escucharlo y averiguar lo que hace? —¿No eres tú también de Galilea? —protestaron—.
Investiga y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta. Entonces todos se
fueron a casa.
El misterio de la autoridad con la que hablaba Jesús podríamos tratar de
explicarlo de esta manera: no es que Jesús hablara más fuerte o de forma más
solemne, sino que lo que distinguía el hablar de Jesús a la forma de los demás
era que mientras Jesús hablaba hacía suya las Escrituras. En aquel tiempo en el
que nadie hablaba con propiedad sino que se referían a la interpretación de un
rabino u otro, Jesús irrumpe hablando de sí y distinguiéndose de relacionar lo
que habla de cualquier interpretación. Por ello, cuando Jesús habla lo hace con
autoridad y esta apropiación provoca toda esa serie de preguntas entre unos y
otros porque esa doctrina no la había dado ningún rabino.
Hoy, leyendo este pasaje han venido a mi cabeza nombres como: Copérnico,
Galileo, Kierkegaard, Lutero, Pascal, Aristóteles, Platón, Ellacuría,
Casaldaliga, Bonhoeffer, el actual Francisco… como algunas personas que, al
igual que Jesús, también han provocado en el seno de los grandes gobiernos o de
los grandes dictadores todas esas preguntas que surgen cuando aparece alguien
lo suficientemente valiente como para decir la verdad y vivir la fe a pesar de
la gran fuerza que tiene en su contra. Su autoridad viene de su vida misma, de
su actitud y de la convicción de sus ideales, nace de ese mismo Espíritu que se
posó en Jesús cuando en la sinagoga de Nazaret leyó el pasaje de Isaías: para
dar libertad a los cautivos, para devolver la vista a los que no ven…
Siempre que surge esta voz o cada vez que la historia vive este mismo
episodio, se consigue un cambio, un hito, otra dirección. Pero de esta
irrupción de algunos nos queda a nosotros también la posibilidad de apropiarnos
de la autoridad, de la palabra, de la sensibilidad y de la realidad para con
nuestros actos en lo cotidiano vivir esa otra alternativa. Somos voz en el
barrio, en el trabajo, en la escuela… y también lo somos en oposición a la
opresión, a la injusticia, al hambre o al castigo que sobre esta sociedad
ejercen estas escuelas de poder.
En aquel tiempo hablaban según la escuela del rabino tal o según la escuela
del rabino cual y en este tiempo, parece que vivamos lo mismo cuando decimos lo
que el partido x o el partido y. La radio, televisión, prensa, internet están
bañados de la doctrina de unos y de los otros que, a pesar de sus gamberradas y
de dejar a personas en la calle, siguen presentándose y valiéndose de una
estructura de poder. Hablan aquí y allá en un meeting con un presupuesto del
que podrían comer muchos y vivir otros y ya sea con bandera de izquierdas, o de
derechas, lo cierto es que ya no son la opción.
¿Qué nos quedará a nosotros si no conseguimos que en la política y en la
banca lleguen a preguntarse, quienes son estos ciudadanos que hablan como si
tuvieran autoridad?
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