JUAN
12, 1 – 11: Seis días antes de la Pascua llegó Jesús a
Betania, donde vivía Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Allí se dio una
cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la
mesa con él. María tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un
perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con
sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote,
que era uno de sus discípulos y que más tarde lo traicionaría, objetó: —¿Por qué no se vendió este perfume, que vale
muchísimo dinero, para dárselo a los
pobres? Dijo esto, no porque se interesara por los pobres sino porque era un
ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, acostumbraba robarse lo
que echaban en ella. —Déjala en paz
—respondió Jesús—. Ella ha estado guardando este perfume para el día de mi
sepultura. A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre
me tendrán. Mientras tanto, muchos de los judíos se enteraron de que Jesús
estaba allí, y fueron a ver no sólo a Jesús sino también a Lázaro, a quien
Jesús había resucitado. Entonces los jefes de los sacerdotes resolvieron matar
también a Lázaro, pues por su causa muchos se apartaban de los judíos y creían
en Jesús.
Venimos del episodio en el que se resuelve matar a Jesús y llegamos a este
otro en el que se quiere dar muerte a Lázaro, aunque hoy quisiera recoger una
frase de Rilke que nos propone un ejercicio encomiable y una clave de lectura
para todo este suceso de mortandad: “Quizás
todo lo terrible es, en su ser más profundo, algo que necesita nuestro amor”.
Acostumbrados a poetizar el frasco de alabastro, el beso de los pies y los
gestos de esta unción en Betania, nos olvidamos de la parte esencial de la
misión de Jesús: amar al mundo y a lo terrible. Lo hizo con el gadareno, lo
hizo con los leprosos y lo hará en la cruz con quienes lo crucifican. Lo hará
incluso con Pedro que lo niega y no dudo que con Judas, todo lo que es terrible
para Jesús es motivo de amor.
Porque todo lo terrible en su esencia es ser, dice Rilke, y todo ser tiene
un inicio de amor. Quizás será en la ruptura de este estado inicial que se
produce el desamor, y cuando llegamos allí nace la discordia, la desconfianza,
el recelo, la enemistad… todo lo que es terrible del ser humano. La vida es un
camino entre dos polos que son el amor y el desamor y desde estos límites hay
una escalera de sentimientos que nos acercan y nos alejan. Todo lo que
construye la humanidad parte de uno de estos dos bandos: la poesía y la
violencia, la paz y la guerra, la libertad y la esclavitud…
El evangelista nos propone que incluso al quebrar el frasco del perfume, lo
que es aroma en toda la escena entre María y el Señor, resulta motivo de
repulsa en Judas. Y que aquella resurrección que tuvo una causa de amor entre
Cristo y Betania, tuvo también un motivo de muerte. Es una extraña situación
cuando aquello que sugiere amor se vuelve terrible. Nos adentramos en el
misterio de la pasión y la muerte, una metamorfosis que a veces termina en
mariposa y otras acaba en gusano. La vida nos permite entender qué llevó al
cuerdo a su locura.
Parece todo tan bonito, tan santo, tan amable que vivimos muchas veces
alienados de la realidad. Nos lavamos los pies, derramamos perfume, acogemos al
enfermo, damos comida al hambriento y tendemos a lo hermoso, a lo bondadoso…
Pero el poeta nos invita a salir de nuestra comunidad de amor para acoger al
discordante, al problemático, al que nos mata… al terrible.
Hoy se nos hace difícil ser simpáticos a Andreas Lubitz porque representa a
ese terrible, pero aun en el dolor y la muerte necesita nuestro amor, ese amor
genuino de Cristo que también vino a por él.
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